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20/2/13

Del Miedo y otras Islas



Hace un año publicamos, en el colectivo literario La Tribu 11, Necroslogía, un volumen de cuentos cuyo tema común es la muerte. Decíamos, en aquel momento:

«Por eso, estimado lector, si este libro llega a sus manos será porque hemos arribado a buen puerto y, además de ser los autores, logramos constituirnos en correctores, dibujantes, creativos, fotógrafos, editores, ortotipógrafos e incluso planificadores de marketing, para producir no solo una antología, sino también un libro creado en la más pura tradición artesana.»

Ahora puedo agregar que fue una experiencia que bien valía la pena repetir. Así, con la decisión de embarcarnos en una nueva aventura literaria, arribamos a Circinus, un archipiélago que no se encuentra en los mapas dibujados fuera de La Tribu y en el que recalamos, sin saber cómo, una noche de copas y luna clara. Quizás hubo sortilegios en el viento que empujaba las velas. O, quizás, fueron nuestros miedos los que guiaron el barco.

Sea como sea, regresamos de Circinus con un nuevo libro debajo del brazo, una antología que contiene las historias que escuchamos —mientras deambulábamos de isla en isla— entre el humo espeso de las tabernas o, con las piernas colgando, sentados en algún malecón casi desierto, en el frío de las madrugadas.

¿Que cómo se llega a Circinus? Es fácil, está a distancia de un clic:


Allí se puede encontrar:

     El enlace para adquirir el libro en papel,

     pdf y epub a descarga gratuita,

     información diversa, incluido una sucinta guía para quienes no han incursionado en Amazon (en la pestaña superior "Tienda"),

     y cómo hacernos llegar sus opiniones, comentarios o reseñas.

Sí, para leernos no se necesita invertir dinero; pero si te agrada leer libros en papel, o bien te interesa Del Miedo y otras Islas en ese formato, es bueno contarte que donamos el beneficio obtenido a la Fundación Ademo:



Nota al pie: hoy me llegó el paquete con los ejemplares. ¡Sí que es emocionante! ☺☺☺

3/2/13

La coma, ese infierno tan temido



No solo soy incapaz de escribir nanotextos: cuando intenté elaborar un sencillo y breve artículo sobre el uso de la coma para Prosofagia finalicé escribiendo cuatro, dos de ellos publicados en Prosofagia 13 y los otros dos en Prosofagia 14.

El texto que sigue es el primero.



El mundo humano es un mundo lingüístico.
Julián Marías
                                                                                 

Estos artículos recogen algunas inquietudes que me acompañaron en el foro Prosófagos, en las revisiones de cuentos, las dudas, las discusiones, mis propios relatos y los interrogantes que me surgieron gracias a ellos: el buen uso de las comas, las rayas y las comillas constituían el pan nuestro de cada día.
No escribo desde el lugar del experto: lejos estoy de serlo. Más bien he leído o estudiado un poquito, y si algo he logrado aprender, ¿por qué no compartirlo con otros compañeros de ruta en esto de la escribida?




Elisabet habla de los sintagmas. Sintagmas que forman oraciones, con las que a su vez se construyen unidades mayores hasta llegar a disponerse del plano completo del castillo (el texto). Mas ¿cómo se organizan esas diferentes unidades gramaticales y semánticas para producir el plano del castillo? Como parte de la respuesta a esta pregunta aparecen, en todo su esplendor, los signos de puntuación.

Y eso nos lleva a la coma: el signo de puntuación que mayor complejidad presenta en su utilización. La coma nos atormenta. Causa fiebre y temblores en nos, humildes aspirantes a escribas. Una y otra vez vacilamos ante su uso.
¿Por qué esta dificultad? Intentando una primera aproximación al problema, cito un fragmento de la Ortografía de la lengua española, 2010 («Capítulo iii. El uso de los signos ortográficos»):

3. Signos de puntuación
Los signos de puntuación son los signos ortográficos que organizan el discurso para facilitar su comprensión, poniendo de manifiesto las relaciones sintácticas y lógicas entre sus diversos constituyentes, evitando posibles ambigüedades y señalando el carácter especial de determinados fragmentos (citas, incisos, intervenciones de distintos interlocutores en un diálogo, etc.).
[…]
De la puntuación depende en gran medida la comprensión cabal de los textos escritos, de ahí que las normas que la regulan constituyan un aspecto básico de la ortografía. El hecho de que, junto a usos prescriptivos, existan usos opcionales no significa que la puntuación sea una cuestión meramente subjetiva.

De la lectura surgen conceptos importantes:

— Los signos de puntuación son signos ortográficos. Su correcta utilización forma parte de la ortografía tanto como la escritura correcta de la palabra «árbol».
— Existen normas para su uso. Sin embargo, y  a diferencia de lo que ocurre en la ortografía de la palabra (incluyo letra y sílaba dentro de palabra), estas normas no definen unívocamente el resultado final. Existe una única forma aceptada de escribir «árbol»: árbol (aunque existen palabras que admiten más de una grafía), pero pueden darse múltiples formas (todas correctas) de puntuar un texto; cada autor tomará ciertas decisiones, en función del estilo, contexto, intenciones comunicativas, etc.
— Los signos de puntuación intervienen en la organización del discurso. Se utilizan para delimitar y establecer relaciones entre los constituyentes del texto escrito.

Ajá. Interesante. Y... digo yo..., ¿cómo era eso de las pausas? Porque, a mí, en la escuela, me enseñaron que los signos de puntuación están para marcar las pausas a hacer cuando se lee en voz alta. Pero... ¡los fragmentos citados ni las mencionan! ¿Entonces?


Por favor, adicionar una coma en algún lado, ¡me quedé sin aire al leer!

¿Cuántas veces uno ha escuchado (leído, en el caso de foros literarios) una advertencia de esta naturaleza? ¿O, a su vez, la ha hecho? Muchas. Yo misma debo hacer un mea culpa.
En los años de foros y blogs aprendí que, a ambos lados del Atlántico y con independencia de la edad, todos (o casi todos) estamos convencidos de la existencia de una correspondencia biunívoca entre signos de puntuación y pausas en la oralidad. Es una idea profundamente arraigada y que se origina en la escuela primaria. Pero ¿es siempre así?
                                                  
(La respuesta a ese interrogante está dada en su propia escritura: aunque hacemos una pausa oral luego de la conjunción adversativa pero, esa pausa no se marca con coma ni siquiera si a continuación se abre una interrogación o exclamación.)

La escritura se originó a partir del lenguaje hablado, como un sistema de representación gráfico que permite codificar, en soporte físico, la comunicación oral. Por lo  tanto, la lengua oral y la lengua escrita guardan relaciones estrechas. Pronunciamos [árbol] y escribimos árbol y no arból. Sin embargo, pronunciamos [estáble] y escribimos estable. En la lengua oral y en la lengua escrita se mantiene el acento en la misma posición, pero no todos los acentos prosódicos se traducen gráficamente en una tilde. Eso, que nos parece tan obvio a la hora de utilizar el signo ortográfico acento, deja de parecernos obvio a la hora de utilizar los signos ortográficos de puntuación.
Recurramos de nuevo a la Ortografía de la lengua española. Expone, como funciones básicas de los signos de puntuación, las tres siguientes:

— indicar los límites de las unidades lingüísticas;
— indicar la modalidad de los enunciados;
— indicar la omisión de una parte del enunciado.

Con respecto a la primera, dice:


3.1.1 Indicar los límites de las unidades lingüísticas
Gran parte de los usos de los signos de puntuación están orientados a la delimitación de las unidades sintácticas y discursivas del texto escrito, paralelas a veces, pero no siempre, a las unidades fónicas.

Como información adicional, explica que:

Las unidades lingüísticas son de muy diverso tipo. En el plano fónico, cabe distinguir, entre otras, el grupo fónico, que es el fragmento de habla comprendido entre dos pausas sucesivas (la casa de mis padres), y la unidad melódica, fragmento al que corresponde un patrón entonativo (La casa de mis padres está cerca). En el ámbito sintáctico, son unidades lingüísticas los sintagmas o grupos sintácticos, estructuras articuladas en torno a un núcleo que admite diversos modificadores y complementos (el hotel; lleno de orgullo; desde su ventana; compra comida). Los grupos sintácticos combinados dan lugar a las oraciones, unidades que relacionan un sujeto y un predicado (Mi hermano compró comida). Finalmente, en el plano discursivo, interesan aquí el concepto de enunciado, unidad mínima capaz de constituir un mensaje verbal, y el de texto, que es la unidad máxima de comunicación y está generalmente formada por un conjunto de enunciados interrelacionados. Debe tenerse en cuenta que el enunciado es una unidad de sentido —una unidad mínima de comunicación—  y, por lo tanto, no tiene por qué ser necesariamente una oración; así, son enunciados secuencias como ¡Cuidado!; De acuerdo; ¿Cuándo llegaste?, o Cómete la sopa que te he preparado.

En otras palabras, tenemos tres clases de unidades lingüísticas: las que pertenecen al plano fónico, las que pertenecen al plano sintáctico y las que pertenecen al plano discursivo. El uso de  los signos de puntuación se correlaciona directamente con las dos últimas clases. Su función es organizar y delimitar unidades sintácticas y discursivas para la plena comprensión del texto y la también plena transmisión de aquello que se quiere comunicar. Estas unidades pueden o no superponerse con las fónicas.
Hay pausas orales que no se marcan en el discurso escrito y hay signos de puntuación que, exigidos por razones de orden sintáctico o semántico, no se corresponden con pausas orales. Al considerar que la puntuación es una mera transcripción mecánica de las pausas orales se deja de lado tanto elementos distintivos del discurso oral como del discurso escrito.

Llegado a este punto, creo que es conveniente distinguir dos situaciones: la del lector y la del escritor. Lo que aquí me interesa es el segundo caso. Me interesa porque sospecho que algunos de los problemas que tenemos con el uso de la coma provienen de que, convencidos de la necesidad de ajustarnos a rajatabla a un criterio fonológico, implícita o explícitamente primero pensamos en las pausas orales y luego, en función de esas pausas, distribuimos las comas. Intentamos reproducir gráficamente, y de la forma más fiel posible, el discurso hablado. Nuestra mente inicia primero una ruta fonológica y posteriormente «la convierte» en una ruta gráfica. Cuando no existe correspondencia entre las unidades fónicas y sintácticas… cometemos errores.


Tensiones y complejidades

Aunque sería tentador «culpar» a la escuela por habernos «enseñado mal», conviene ser cauto y no caer en simplificaciones. En la Ortografía se lee:

3.2.3 Puntuación, prosodia y sintaxis (conclusión)
 […] La puntuación y los elementos prosódicos mencionados son, pues, a menudo, sistemas paralelos, pero no puede decirse que uno refleje el otro, aunque el intento de reproducir las características prosódicas de oralidad está en el origen de los signos de puntuación.
[…]
Este enfoque es esencial para entender las actuales reglas ortográficas de la puntuación. Como se verá en el siguiente apartado, los criterios que subyacen a la puntuación han variado a lo largo de las historia: mientras que en unas épocas se ha privilegiado la lengua como fenómeno sonoro a la hora de puntuar, hoy la puntuación se basa principalmente en la estructura sintáctico-semántica de los enunciados y los textos.

En síntesis, las tensiones existentes entre el código oral y el gráfico —y sus posibles rasgos autónomos e interdependencias— vienen desde lejos... Son tensiones complejas y toda simplificación, peligrosa.

La escritura es una de las actividades cognitivas de mayor complejidad: implica un alto número de procesos y subprocesos que no se ponen en juego en forma secuencial sino simultánea e integrada. De allí que el adecuado dominio de los aspectos ortográficos represente una ventaja para el escritor: en gran medida son procesos factibles de ser automatizados. Cuanto más automatizamos el uso de las normas ortográficas, más libres serán nuestras neuronas para ocuparse de los procesos que nos importan a la hora de escribir: aquellos que tienen que ver con la elaboración de un discurso comprensible y también expresivo, bello, creativo.
Dado que la puntuación funciona como organizador de ese discurso, su ortografía no puede ser considerada una cuestión menor. Interiorizarla nos permite ser más libres a la hora de imaginar los signos de puntuación como uno de los recursos que tenemos para otorgarle a nuestros escritos la cadencia, el ritmo, las pausas y las entonaciones que deseamos. Después de todo, los escritos también tienen su propia melodía.

Me gustaría cerrar esta primera parte con un excelente —y delicioso— fragmento de  Perdón imposible (Guía para una puntuación más rica y consciente), de José Antonio Millán, que nos recuerda cuán extraordinario es este universo puntuación y cuán ricas son sus relaciones con otros aspectos de la escritura:

¿Para qué sirve la puntuación? Para introducir descansos en el habla (pero no se descansa en cada signo, y se puede descansar donde no hay signos), para deshacer ambigüedades (pero no todas se pueden eliminar mediante la puntuación, ni ésta es el único modo de hacerlo), para hacer patente la estructura sintáctica de la oración (pero esto se hace también por otros medios), para marcar el ritmo y la melodía de la frase (aunque no todos los signos tienen estos efectos), para distinguir sentidos o usos especiales de ciertas palabras (pero para eso se pueden usar también tipos de letra, como la cursiva), para citar palabras de otro separándolas de las propias (pero eso se logra también con tamaños de letra y sangrados), para transmitir estados de ánimo o posturas ante lo que se dice o escribe (pero no todos tienen un correlato en la puntuación, ni éste es único), para señalar la arquitectura del texto (pero eso también lo hacen los blancos, y las mayúsculas).