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28/8/13

«Cuentos bajo el fuego», por Edgardo Benítez



Este es un libro que me resulta caro al alma. Su autor y yo recorrimos senderos de escribidas y lecturas durante un par de años y, sin saberlo cuando nos conocimos, ya estaba viendo crecer el fuego que cobijaría estos cuentos. O viendo crecer los cuentos que alumbrarían el fuego. ¿Cuál sería la mejor definición? No lo sé.

Cuentos breves, incluso brevísimos. Minificción en su más pura acepción. Se pueden leer en un instante y, sin embargo, hay que leerlos con calma. O releerlo. Bajo la superficie se esconden múltiples interpretaciones.


Es un libro de puertas y ventanas que se abren, se cierran o espejan otras realidades. De tormentas y lluvias que caen sin cesar. De camas en las que refugiarse, encima, debajo, al costado, que esconden secretos, en las que los personajes a veces se acuestan y otras se levantan para encontrar mundos insospechados, o que, también, cierran la vida.

Es un libro que nos muestra quiénes somos en nuestros miedos, nuestras esperanzas, nuestras memorias. Las cosas más simples, un cenicero, un clavo, una calle, bastan para  desplegar un abanico de posibilidades.

Y es, también, un libro que habla de amores. Amores dulces y amargos, sensatos y trágicos. De los que sobreviven al tiempo y de los que anidamos en la culpa. Amores al otro (aunque sea diferente), a la vida, a la libertad. El amor, en estos cuentos, no se circunscribe, no se limita, es una piedra que se tira al agua y crea ondas y más ondas. Igual que la libertad.

Confieso que me fascina la prosa des-acartonada de Edgardo. Sus narradores tienen una particular forma de contar historias, muchas veces con un humor casi irónico, otras veces con dolor genuino, pero siempre muestran una frescura, una sencillez, una capacidad de, desde la particularidad del mundo del autor, dialogar con el lector, sea cual sea la región de ese lector, que deriva en el maravilloso placer de leer sintiéndose en contacto con el narrador.

También confieso que el sastre y la cebra son mis personajes favoritos. Que, alguna vez, también esperé ese bus. Y que, por las dudas, me cuidaré de las hormigas.

¿Que qué?
           
La respuesta está aquí:



10/8/13

Captcha



Letras estiradas y compactadas y desvirtuadas. Números que violan la más elemental regla de la escritura: que pueda diferenciarse el color de la tinta del color del fondo.

Y uno, con los ojos bizcos, intenta una y otra vez demostrarle a un programa impiadoso que es él el que es un robot y no uno, que uno, a Dios gracias, nació como Dios manda: de la fusión de un óvulo y un espermatozoide y nada de ser uno de los niños de Brasil (la novela es del montón, pero la peli está buenísima).

Seguramente los blogs con mucho tránsito sufren un número elevado de ataques robóticos spamófilos. Los que, como el mio, deben recibir escasas visitas… Pues no. En lo que va del año apenas dos comentarios robóticos, y a ambos Blogger los envió derecho viejo a la carpeta de Spam.

En síntesis: ¿hasta dónde es útil mantener el sistema de captcha en un blog? ¿Cuándo el azar requiere de una necesidad?