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27/12/12

Tantas veces me mataron



… escribía María Elena Walsh,

tantas veces me morí,

decía ella, y otras voces multiplicaron el tercer verso,

sin embargo estoy aquí,

al borde del 2013, y como aún tantas otras veces moriremos, ¿por qué no iniciar el nuevo año escuchando Como la cigarra, en la voz del Cuarteto Zupay? 




3/12/12

Cosas que nunca confesé a nadie, Manuel Navarro Seva



«De chiquilín te miraba de afuera
como a esas cosas que
nunca se alcanzan...
La ñata contra el vidrio,
en un azul de frío»
Cafetín de Buenos Aires.




Conocí a Boris Rudeiko (Manuel Navarro Seva) hace varios años, en el foro de prosa de Bibliotecas Virtuales. Rápidamente adquirí la costumbre de leer sus cuentos en cuanto los publicaba: eran buenos, de verdad buenos. Aprendí a degustar sus particulares narradores, siempre lejanos, incluso indiferentes. Me enamoré de sus historias cotidianas, a veces incluso surgidas de sencillas anécdotas. Luego, seguí su escritura durante estos años y lo primero a decir es que, simplemente, esa escritura es cada vez más atrapante.

Y, como en el tango, sigo pegando la ñata contra el vidiro, mirando de afuera una literatura —esa, la de Boris/Manuel— que nunca alcanzaré. Por más que me esfuerce no llegaré a escribir tan bien como él.

Así que cuando supe que había publicado «Cosas que nunca confesé a nadie» me alegré muchísimo. «Era hora, Boris, que te decidieras», le dije, «no puede ser que tus cuentos anduvieran por ahí, muriéndose de risa en blogs y foros». Lo más rápido que pude abrí cuenta en Amazon y me hice del libro.

«Cosas que nunca confesé a nadie» es un excelente recopilatorio de cuentos y de cuentos muy particulares. No hay sensiblería ni sentimentalismo. No hay aventuras épicas, trasfondos gloriosos ni espeluznantes terrores.

Lo que sí hay es vida. De la de verdad. De la que nos atraviesa. Uno, inocente, lee un relato sencillo, breve, que, además, se lee con facilidad, llega al final… ¡Ah!, llega al final y entonces cae en la cuenta de que se le ha adherido al alma la mirada triste de un niño. Y uno, inocente, cree que podrá desprenderse fácilmente de esa tristeza. Pero no, no es así. Y regresa sobre los pasos, vuelve a leer el cuento, lo dimensiona de otra forma. O bien sucede que uno lee una historia simple, cotidiana y, cuando menos lo espera, lo fantástico se adueña de lo cotidiano, al mejor estilo cortaziano. Te invade la desazón, la inquietud, ¿dónde está el límite entre lo real y lo fantástico? ¿Existe tal límite?

Manuel Navarro Seva no escribe por escribir: escribe porque tiene algo que decir. Lo dice. Y lo dice con arte y con oficio. La estructura de los cuentos es limpia, nítida, fluye. La prosa, construida con precisión de cirujano (o de ingeniero…) y con vuelo de artista, posee esa maravillosa cualidad de ser literariamente compleja pero aparentemente sencilla. Por eso sus cuentos se leen con facilidad.

Y a esto llamo literatura. De la buena. 

Puede decírseme que la amistad que me une a Boris nubla mi juicio. Que soy subjetiva. Es posible (¿cuándo se es objetivo?). Pero cuando, una y otra vez, te arremangaste para leer un cuento, con la firme decisión de destriparlo palabra por palabra, y tras una laboriosa tarea, tras sumergirte en las oraciones, las frases y los párrafos, apenas encontraste una coma que (quizás) podría eliminarse (o quizás no)… Y pese al destripamiento ese cuento no pierde su magia, su capacidad de conmover… ¿Qué decir? ¿Qué otra cosa podría yo decir, si he leído varias veces La luna y todas y cada una de esas veces me emocionó, si creo que Gripe es una descarnada fotografía de quiénes somos, si todavía intento averiguar cuál es el sortilegio secreto que funde tan limpiamente lo real y lo fantástico en Una barra de pan?

Pues decir que hay que leer «Cosas que nunca confesé a nadie».