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7/12/11

Último mes del año


Mucho sucedió en Argentina en este año de gracia de 2011. Buena parte de esos sucesos —que ocuparon metros y decibeles en los medios de información— serán olvidados en un suspiro, no porque la memoria colectiva sea débil sino por la propia mezquindad de lo acaecido. Otros quedarán registrados en el recuerdo. Y posiblemente solo un par ingrese en la historia.

Quizás, dentro de un par de décadas, recordemos a este 2011 como el año de los Juicios. Con mayúscula y sin más aclaraciones, que no son necesarias. Cuando, tras treinta años de lucha incesante de los Organismos de Derechos Humanos, por fin el país, de norte a sur y de este a oeste, estuvo impregnado de esa rara cosa a la que se llama justicia.  Los senderos que los Organismos abrieron en las décadas pasadas ahora son, sin vuelta atrás, un único camino real, y parece firme el suelo, firme para caminar en él.

Quizás, dentro de un par de décadas, miremos hacia atrás y nos demos cuenta de que esa lucha incesante, lúcida, dolorosa se constituyó en el verdadero entramado social, en la razón por la que todavía sobrevivimos, todavía cantamos. Que seríamos, sin ella, un país mucho peor.

Y esto no es obra de políticos ni de economistas. No. Las Madres, las Abuela son la cara más pública de tantos y tantos que hicieron de tripas corazón, dolieron sus dolores hasta convertirlos en voluntad, y caminaron juzgados, despachos, plazas y calles, juntaron información de a trocitos, buscaron verdades que muchos no querían ver e insistieron tozudamente en la memoria, la verdad y la justicia.  

Gracias.






Coro Quiero Retruco (integrado por expresos polítcos y familiares de desaparecidos). Consignas de las marchas, Iglesia de la Santa Cruz.

18/11/11

Cuando de mundos se trata


Un mundo globalizado, sin fronteras políticas porque, en principio, la política ha dejado de existir como tal, devorada por un poder económico que sostiene una clase privilegiada mientras la mayor parte de la población está atrapada en un consumismo destructivo. ¿Una descripción de nuestro mundo en este noviembre de 2011? No. Ese es el mundo de Mercaderes del Espacio, novela de ciencia ficción publicada en 1954 (Frederik Pohl, C.M. Kornbluth).
Toda semejanza con la realidad es pura casualidad. ¿Lo es?

La ciencia ficción sigue siendo, para muchos, una suerte de hermanita menor de la literatura "de verdad". Esta concepción se ve refrendada por el cine y la televisión, que suelen —salvo honrosas excepciones— mostrar a la ciencia ficción como un género de batallas espaciales, monstruos alienígenas y héroes que, al final, siempre salvan al mundo. Sin embargo, la literatura de ciencia ficción puede hacer más que eso, y hace más que eso.

Lo anterior es apenas una introducción para lo que sigue, y lo que sigue es mi comentario a Ciudad sin Estrellas, de Montse de Paz (Elisabet), Premio Minotauro 2011. Como siempre, soy lenta como un caracol en reseñar. Pero, como los caracoles, al fin llego. Confieso, también, que en su blog:


hay otros comentarios más interesantes que el mío… Aconsejo pasar por allí.


Ciudad sin Estrellas


Si la literatura de ficción es un engaño, la buena literatura de ciencia ficción es un doble engaño. Si es buena, nos convence de que trata de aventuras, mundos asombrosos y personajes casi inimaginables, y nos dice que la leamos para divertirnos en nuestros ratos de ocio. Le creemos. Y nos interesa, nos divierte, nos asombra. Pero, cuando menos te lo imaginas, aparecen ideas cuestionadoras, inquietantes. La buena literatura de ciencia ficción inventa mundos para enfrentar al Homo consigo mismo o con sus sociedades reales. 

Ciudad sin Estrellas es una novela de ciencia ficción. De la buena. De la que se lee cuando uno tiene trece, catorce años, y despierta la imaginación, atrapa, logra que uno se impaciente por conocer el destino del héroe. De la que se lee cuando uno tiene más años sobre las espaldas y entonces se pregunta, por ejemplo, ¿y qué es esta Ziénaga?

En el mundo post-apocalíptico de la novela apenas han quedado unas veinte ciudades habitadas; Ziénaga es una de ellas. Todas, parece ser, son similares. Los habitantes de Ziénaga viven rodeados por dos murallas. Una de ellas es física: la cúpula que rodea la ciudad y la aísla. La otra es una muralla construida por la negación de la historia, la filosofía, la religión y la ciencia (lo que sus habitantes consideran "ciencia" no es más que un pálido reduccionismo técnico). En Ziénaga la Humanidad ha sido formateada para impedirle cualquier intento de trascendencia espiritual o intelectual, individual o social.

Al inicio de la novela, Prince, uno de los amigos de Perseo, le dice:

«¿Qué tiene de malo tu padre? Tiene un trabajo fijo, gana buena pasta, se divierte con sus amigos y vive sin preocupaciones. ¡Todos acabaremos así!»

Esta línea, inmersa en un diálogo más general, adquiere su verdadera importancia más adelante: en ella está inscripta la realidad en la que vive Perseo.


Montse de Paz (Elisabet) construye sólida y meticulosamente esta sociedad inmovilizada en un eterno ahora, aislada en el tiempo y el espacio. Una a una, las piezas encajan en el rompecabezas: la cúpula que ciega a sus habitantes; la aparente disociación entre "la ciudad" y "los boquetes" y la articulación social entre ambos a través de las rutas de la droga, rutas incluso protegidas, porque son vitales para evitar el desmoronamiento de toda Ziénaga; la precisa localización geográfica del barrio de los artistas; la preminencia del sexo virtual y, en general, de la virtualidad; los ritos de la muerte; el tipo de educación que se imprime en los niños.

Decía, más arriba, que en este mundo la historia es negada. Sin embargo, hay dos formas de transmisión histórica que perviven. Una: los mitos, que se exponen en los foros de los cazadores de antigüedades y los foros misticoides. La otra es individual, pero no menos importante: ese camino sutil que siguen las ideas cuando se transmiten a golpe de vivencias personales. En este caso, el camino que siguen desde la madre de Perseo a Perseo, y desde él… ¿hacia dónde, hacia quiénes?

Ciudad sin estrellas afirma la posibilidad de una Humanidad que, perdida su capacidad de trascenderse a sí misma, alcanza el paraíso prometido por la mayoría de las actuales tandas publicitarias televisivas. Pero, al mismo tiempo, niega esta posibilidad: el Homo, tozudo como una mula, seguirá empecinado en buscar más allá.

Por eso, el verdadero papel que cumplen las cúpulas no es el de impedir que sus habitantes salgan de la ciudad: es bloquear la conciencia de que existe un universo más allá del hombre, por la simple táctica de impedirle ver ese universo. Y Perseo quiere ver.

Si la construcción de esta particular sociedad es sólida, también lo es la construcción del personaje de Perseo. Está en las antípodas de ser un Prometeo y está en las antípodas del héroe típico. Perseo es un joven, casi un adolescente, que quiere ver. Quiere saber. Quiere saber qué hay afuera y quiere saber si creció sin su madre porque sí o realmente existió una razón. No va a salvar al mundo, no es lo suyo una gesta épica. Perseo es, de punta a punta, un jovencito que piensa en romper con los límites impuestos porque quiere saber, no porque posea una ideología, una finalidad de peso, una decisión, un compromiso social. Perseo es verosímil hoy y ahora, por quien es, por sus amigos y la relación que tiene con ellos, por sus expectativas; cualquiera de nosotros pudo ser o puede ser un Perseo, o ha conocido a uno, más de un Perseo. Es ignorante de casi todo y por eso es también peligroso en un sentido particular: como no es capaz de percibir el panorama completo deja abiertas las puertas al azar y este irrumpe una y otra vez, incluso con consecuencias dantescas. Esa inconsciencia de Perseo está equilibrada por Amanda. Amanda es uno de esos personajes que se hacen un lugar por sí mismos. En una sociedad como Ziénaga es —casi por lógica— la más cara madame quien posee la sabiduría que le falta a Perseo. La bella y silenciosa Amanda sabe, y le dice a Perseo: «Yo no puedo buscar el infinito. Mi cometido es ofrecerlo». Es, quizás, la única habitante de Ziénaga que podría leer a Borges.

Ciudad sin estrellas es una novela ágil, escrita con una prosa cuidada, sencilla y elegante, que lo es incluso en el lenguaje vulgar de sus personajes. La estructura, impecable. La facilidad con que se lee da cuenta de ambos: de la calidad de la prosa y de la calidad de la estructura. Si algo puedo reprocharle es la existencia de un personaje secundario cuya aparición (o extensión dedicada) no encuentro justificada (Vivian). Sin embargo, tampoco es posible el reproche porque, es evidente, Ciudad sin estrellas es la primera parte de una obra más ambiciosa, y se requeriría leer la continuación antes de opinar con fundamento.

Sin hacer mayores precisiones —por razones obvias—: el final me parece un gran final. Pero no solo pensando en que existirá una continuación. Me parece un gran final si la novela termina aquí y no hay segundas partes. Un final al que puedo dedicarle el mayor elogio que se me ocurre para el final de una novela de ciencia ficción: Hollywood nunca lo aceptaría.

6/11/11

Al final de la jornada


—¿Y...?  —Movió la copa haciéndola tintinear sobre el vidrio oscuro—. ¿Pesado, el día?
—¡Qué va!... Excelente, excelente. A la centésima segunda computadora... No creerás mi suerte, ¡veintitrés capítulos de una novela!
—¿Inédita?
—Si no fuese inédita no estaría alegre como pascuas, ¿no te parece? ¡Hombre!

La sonrisa, de oreja a oreja.

—Pero... ¿revisaste...?
—Todo. Correos electrónicos, msn, cada carpeta de “mis documentos”. Todo.
—¿Foros, blogs, concursos?
—Nada. Inédita, te digo. Un pobre tipo que no sale de su madriguera. Como era yo antes de que la tuberculosis me trajera aquí.

Bebió un sorbo y volvió a hacer rodar el pie de la copa sobre el vidrio. A su alrededor las túnicas color cielo y nieve se confundían entre sí y con las imágenes en los espejos. Un dejo de envidia tiñó de amarillo pálido la suya; rápido, se obligó a pensar en otra cosa, cualquier otra cosa que lo arrancara de sus desvergonzados celos y devolviera a su túnica el color que debería tener. ¡Qué desdicha tanta vulnerabilidad!

—Y es buena. Es original, muy original, eso me dijo el Jefe —concluyó bajando la voz hasta el susurro.

Satisfecho, miró de reojo a su amigo, regocijado con sus esfuerzos por borrar el sucio amarillo de la túnica y obligarse a esbozar una sonrisa de compromiso.

—¡Qué...! ¿La leyó el Jefe? ¿Ya?
—Ya, sí. Tiene dos Editoriales interesadas en comprarla. Buen precio, ¡muy buen precio! Y espera más ofertas, mañana. Me dijo...
—¿Qué?
—Dijo que era el mejor negocio de La Otra Vida S.A. en un siglo.  Que esta vez nos pondríamos delante de la competencia. Que... —No pudo más y explotó—. ¡Me dará un ascenso! ¡Seré subgerente!

La túnica de su compañero tornó a un amarillo tan intenso que hería la vista. Varios fantasmas jóvenes, recién llegados al lugar, los miraron con curiosidad.

En ese exacto momento Joaquín Sindoque dormía intranquilo en su cuartucho de escritor ignorado. Seguiría siendo un escritor por cuatro meses y tres semanas más, hasta el día aciago que, paseando un ramo de rosas rojas que había comprado para su novia, descubrió en un escaparate la recién editada —y muy publicitada— novela Aguas de azúcar. Tembloroso, entró en la librería. Dos días después quemó en hoguera india su computadora, papeles y libros, abandonó la literatura, la ciudad y a Laura, y se embarcó rumbo a una plataforma petrolera, mar adentro. No volvió a saberse de él.

Nunca comprendió cómo su novela inconclusa fue plagiada hasta el último detalle. Eso lo atormentó hasta el bienaventurado instante en que una imprudencia lo explotó junto a la caldera.


22/10/11

Maternidad (Fragmento)


Mujer: en un silencio que me sabrá a ternura,
durante nueve lunas crecerá tu cintura;
y en el mes de la siega tendrás color de espiga,
vestirás simplemente y andarás con fatiga.

El hueco de tu almohada tendrá un olor a nido,
y a vino derramado nuestro mantel tendido.
Si mi mano te toca,
tu voz, con vergüenza, se romperá en tu boca
lo mismo que una copa.
El cielo de tus ojos será un cielo nublado.
Tu cuerpo todo entero, como un vaso rajado
que pierde un agua limpia. Tu mirada un rocío.
Tu sonrisa la sombra de un pájaro en el río...

Y un día, un dulce día, quizá un día de fiesta
para el hombre de pala y la mujer de cesta;
el día que las madres y las recién casadas
vienen por los caminos a las misas cantadas;
el día que la moza luce su cara fresca,
y el cargador no carga, y el pescador no pesca...
—tal vez el sol deslumbre; quizá la luna grata
tenga catorce noches y espolvoree plata
sobre la paz del monte; tal vez en el villaje
llueva calladamente; quizá yo esté de viaje...—
Un día un dulce día con manso sufrimiento,
te romperás cargada como una rama al viento,
y será el regocijo de besarte las manos,
y de hallar en el hijo
tu misma frente simple, tu boca, tu mirada,
y un poco de mis ojos, un poco, casi nada...


"Gracia Plena" (1925), José Pedroni (1899 – 1968, Argentina)


En la voz de César Isella:

10/10/11

De símbolos también vive el hombre

Uno

Pongamos una fecha y un lugar: julio de 1822, Guayaquil.

No es mi intención ingresar a las polémicas sobre qué sucedió en el encuentro entre Simón Bolívar y José de San Martín.  Solo un símbolo: en ese momento y lugar confluyó el ejército que venía del norte, liberando tierras de los conquistadores hispánicos, y el ejército que venía del sur, liberando tierras de los conquistadores hispánicos. La reunión entre Bolívar y San Martín representa, simbólicamente, a un continente que dejaba de ser colonia ultramarina para constituirse en independiente y soberano.

Dos

Pongamos una fecha y lugar:  julio de 1824, Londres.

El gobierno de la Provincia de Buenos Aires firma un empréstito con la Baring Brothers. Otro símbolo. El Banco inglés le presta al incipiente estado argentino un millón de libras para realizar varias obras. El Estado de Buenos Aires colocaba como garantía todos sus bienes, rentas, tierras y territorios. Recibimos únicamente poco más de 500 000 libras, de las cuales solo una fracción llegó como oro; el resto, como letras de cambio. El dinero se dilapidó en fruslerías. El préstamo tardó ochenta años en pagarse, no se pagó en letras de cambio sino en oro contante y sonante y abonando varias veces el monto recibido.


No fue un préstamo aislado: formó parte de una política británica en Latinoamérica. El colonialismo que habíamos echado por la puerta grande —a pura sangre de gaucho, indio, campesino— ingresó rápidamente por la ventana —elegante, culto y dueño del dinero—: la deuda externa había nacido y su parto auguraba un dominio más feroz que el anterior.

(¿Por qué será que me viene a la memoria Liza Minnelli y Joel Gray interpretando Money money en Cabaret?)


Tres


Sin embargo, esta secuencia simbólica temporal es engañosa; los simbolismos tomados como explicación maniquea de la realidad siempre son engañosos. Para 1824 hacía siglos que los Bancos habían irrumpido en los procesos de construcción de imperios (¿de dónde sacarían el dinero los monarcas europeos para sostener sus guerras?).

Dice, Eduardo Galeano, en Las venas abiertas de América Latina (1971), al relatar la expropiación de las riquezas latinoamericanas a partir del siglo XV:

«Entre 1503 y 1660, llegaron al puerto de Sevilla 185 mil kilos de oro y 16 millones de kilos de plata. La plata transportada a España en poco más de un siglo y medio, excedía tres veces el total de las reservas europeas. Y estas cifras, cortas, no incluyen el contrabando.
[…]
Los españoles tenían la vaca, pero eran otros quienes bebían la leche. Los acreedores del reino, en su mayoría extranjeros, vaciaban sistemáticamente las arcas de la Casa de Contratación de Sevilla, destinadas a guardar bajo tres llaves, y en tres manos distintas los tesoros de América.
La Corona estaba hipotecada. Cedía por adelantado casi todos los cargamentos de plata a los banqueros alemanes, genoveses, flamencos y españoles…»

No por nada Canning, el ministro inglés, decía, en 1824: «La cosa está hecha; el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa». Tenía razón.

Latinoamérica ya no disponía de tanto oro y plata para entregar, pero sí cobre, estaño, cueros, carnes, café, salitre, lana… Los empréstitos, el libre comercio (eufemismo para los nuevos monopolios) y los capitales extranjeros hicieron, durante el siglo XIX, un continente que seguía siendo una inmensa colonia aunque se pensara a sí mismo como libre y con capacidad de autodeterminación.

Como todo colonialismo, requería de la mayor riqueza de los pueblos para ser sostenido: los propios pueblos. Su gente. Ya sea para ser aniquilados —y liberar sus tierras— o para ser usados como mano de obra barata. Muy barata. Demasiado barata. Sangre y pobreza de gaucho, de indio, de campesino.


Cuatro

El  siglo XX no inventó a las compañías comerciales y financieras como hacedoras de imperios colonialistas. Ya estaban inventadas desde hacía mucho. Pero sí les dio todavía mayor preponderancia y mayor poder sobre los gobiernos políticos.

E inventamos una nueva fuerza colonizante: los trucos de prestidigitación.

Hace algunos siglos atrás las entidades financieras prestaban dinero a los reyes para que ellos extendieran sus dominios y mantuvieran el lujo de los privilegiados. Hoy, los capitales financieros no manejan dinero sino la ilusión del dinero. Los miles de miles de millones de dólares/euros/otra moneda que ahogan a los pueblos endeudados en exorbitantes deudas externas no existen en ningún lado. Si existiera tanta riqueza su peso ya hubiera hundido el suelo en un pozo más profundo que cualquier pozo petrolero. Se trata de simples trucos de prestidigitación.

También inventamos, en las últimas décadas, una nueva forma de colonialismo: la Aldea Global, una única gran colonia cuyas riquezas son expoliadas sin cesar. No más una cuestión de países sino una cuestión del poder económico-financiero global.

Eso constituye una de las formas más insidiosas de poder: es fácil darse cuenta de la invasión de un ejército extranjero; es fácil ubicar los rasgos y la voz de un general o un gobernante. Pero ¿cómo darse cuenta de la existencia de un poder que es abstracto, que no tiene cara ni voz humana? ¿Y cómo se lucha contra lo que no se ve, no se toca, no tiene forma física y existe deslocalizado en todo un planeta?


Hoy, las fronteras entre el Primer Mundo y todos los otros Mundos se difuminan, se invisibilizan: aquí o allá, no importa, la riqueza a la que se echa mano, la única que a la postre sigue existiendo cuando se agotan los yacimientos y que nunca se convierte en ilusiones de prestidigitador es la gente, nosotros, usted, yo. En el fondo, la gente, nosotros, usted, yo, somos los gauchos, los indios, los campesinos, los pobres, los infinitos aluviones zoológicos que han poblado el mundo desde que es mundo, aunque ilusoriamente creamos que no, que somos "clase media", colegio privado para los hijos y cambiar el automóvil cada dos años.

RicardoForster (6 de octubre 2011, revista Veintitrés), dice:

«[…] Desmontaje material y simbólico del Estado de Bienestar que, a un ritmo que se aceleró en los últimos años, se correspondió con la proyección impúdica de la inverosímil concentración de la riqueza en cada vez menos manos (un puñado de multimillonarios son dueños de una renta equivalente a la de 148 países y, en un informe algo atrasado de las Naciones Unidas –la cosa ahora es peor todavía–, se decía que no más de 50 personas físicas eran poseedoras de la mitad de la renta del total de la humanidad). A mayor crisis y desolación democrática, mayor desigualdad y ampliación exponencial de la concentración del capital. De la brutal crisis desatada en el segundo semestre de 2008 los únicos vencedores han sido sus principales causantes: los bancos y las entidades financieras que recibieron extravagantes sumas de dinero para tapar los agujeros negros que sus propios manejos especulativos y construidos sobre el más absoluto de los engaños generaron en el interior de sociedades que parecían disfrutar de regalías infinitas. Los ciudadanos de esos países hoy son testigos, la mayoría de ellos incrédulos y sin herramientas conceptuales para intentar comprender qué sucede y qué realidad despiadada se les avecina (como ya la están sufriendo los griegos y, en gran medida, los españoles) como consecuencia de un proceso de impudicia político-económica, sustentado sobre un relato hegemónico avalado y multiplicado por los grandes medios de comunicación europeos y estadounidenses, que ha terminado por responsabilizar a los sectores más vulnerables de la población de los cuantiosos daños causados por la implementación de las políticas neoliberales […]»

Cinco

En junio de 1810 Mariano Moreno escribe:

«Si los Pueblos no se ilustran, si no vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que sabe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tirano, sin destruir la tiranía...»

2/10/11

Revista Literaria Prosofagia, número 13

Es cierto que publicamos el número de septiembre 2011 el día 1 de octubre... ¡pero apenas a unas pocas horas de haberse iniciado el mes!

Como siempre, puede leerse on line en dos sitios diferentes, leerse o descargarse en pdf, y para aquellos que quieran visualizarla en alta resolución (o imprimirla) está la opción de descargar el pdf sin comprimir (en este último caso, si la conexión no es muy rápida, teniendo paciencia porque son unos 116 megas...). 

Como siempre, ha sido una alegría hacer esta revista (también lo es hoy, un día después de publicada, en pleno descanso :) ); y espero que puedan disfrutar este número tanto como nosotros disfrutamos construyéndolo. 



Secciones

HUMOR GRÁFICO: «Mi primer desengaño literario» (Nelo),
SEA BUEN ALBAÑIL: «De sintagmas, oraciones y otras yerbas» (Elisabet),
«La coma, ese infierno tan temido I» (Esther),
«La coma, ese infierno tan temido II» (Esther),
LITERATURA Y TECNOLOGÍA DIGITAL: «Novelas para celular» (zoquete),
SOBRE LA LITERATURA: «La preparación de una conferencia
(Extractos de la novela Yo también tuve una novia bisexual,
de Guillermo Martínez, Ed. Planeta, julio de 2011)»
por Guillermo Martínez, Introducción (Esther),
ENTREVISTAS Y ARTÍCULOS: «Entrevista a Elisabet» (Boris Rudeiko),
«Entrevista a Juan Eslava Galán» (Elisabet),
«Crónica de la Semana Negra de Gijón» (Elisabet).

La Lectura

ARTÍCULO: «Elogio de la lectura» (Boris Rudeiko),
FAN FICTION: «Introducción» (Esther),
«Por qué no había leido Drácula» (Gothian),
«El misterio del Solar» (pepsi),
ARTÍCULOS: «Leer es vivir muchas vidas I» (Margarita Holzwarth),
«Leer es vivir muchas vidas II» (Margarita Holzwarth),
«Lectores y lecturas» (Gemma Nieto),
«El lector editorial» (Melusina),
«La lectura tiene una historia» (Plásido).

Pepsi y Plásido, obviamente, en tapas e ilustraciones.

27/9/11

Prosofagia, setiembre 2011


Ya estamos en los últimos tramos antes de la publicación del número 13 de Prosofagia, con muchísimo trabajo —como siempre sucede al "cerrar la edición"— pero con todavía más entusiasmo. Hemos estrenado nueva página y dirección:


Desde allí, copio el mensaje de apertura de esta nueva etapa:

«Prosofagia lleva ya dos años de singladura. Nacida de la voluntad y el entusiasmo de un grupo de compañeros del foro Prosófagos, fue ganando entidad propia. Muchos lectores la seguían y esperaban el siguiente número. Además, poco a poco fuimos contando con otros colaboradores, externos al foro, que nos ofrecieron sus aportaciones. Por eso, y aunque actualmente el foro esté inactivo, quienes iniciamos la revista hemos querido que esta publicación siga viva.
Hay un tiempo para cada cosa. Algunas iniciativas nacen con fuerza, pasan un periodo de crecimiento y apogeo y, a veces, decaen o se transforman en otras realidades. Es propio de todo lo que tiene vida. Los que un buen día nos reunimos para crear la revista queremos seguir navegando y explorando otras aguas y otros puertos, siempre desde ese impulso inicial que nos motivó: el amor a las letras, y con la fuerza que nos anima en el laborioso quehacer entre bastidores, nuestra amistad.
Desde la renovada página de Prosofagia os damos la bienvenida a esta nueva etapa, en la que esperamos seguir aprendiendo y poder ofreceros mucho más.

La Redacción»

15/9/11

Por quién doblan las campanas

Candela tenía once años. Desapareció el 22 de agosto en Hurlingham, provincia de Buenos Aires. Fue encontrada muerta nueve días después, en una bolsa de basura tirada en un solar vacío, a pocas cuadras de su casa. Aún no se sabe quiénes fueron los responsables ni el porqué. El país se conmovió por su desaparición y muchos sintieron a Candela como si se tratase de una hija propia.

Los escandalosos errores de la investigación y la no menos escandalosa cobertura por una parte de la prensa convirtieron su historia en un circo mediático, obsceno. Veinticuatro horas al día circularon imágenes y noticias, primero, "para ayudar en su búsqueda", luego, "para exigir justicia".  Lejos de un capítulo de "La ley y el orden", una posible llamada de un secuestrador salió al aire antes de que el propio juez tuviera noticia de ella, la declaración de un testigo de identidad reservada se filtró a todos los canales de televisión casi cuando la tinta todavía estaba fresca, y todos pudimos ver, cómodamente sentados en nuestra casa, cómo la madre de la niña era llevada  a reconocer el cadáver de su hija, no en una morgue, no en privado, sino en el basural donde fue hallada y con las cámaras de televisión filmando sin pudor su dolor. Decenas y decenas de expertos en criminología llenan los espacios televisivos, dan su opinión, emiten hipótesis, discuten entre ellos y con los abogados de este acusado o del otro. Abogados que, incluso, intercambian sus tácticas y estrategias ante las cámaras, como si ese fuera el medio idóneo.

Todos acuerdan en que se trata de un crimen terrible. En eso sí acuerdo: una sociedad en la que los chicos no están protegidos es una sociedad que no puede llamarse a sí misma civilizada. Candela y todos los otros niños y adolescentes son las víctimas propiciatorias que ofrendamos a un dios perverso, día tras día, en los circuitos de la droga, los accidentes de tránsito, la pobreza, la desnutrición, el maltrato infantil. Los ofrendamos porque no somos capaces de defenderlos.  

Hay cuestiones que son ideológicas. Hay cuestiones que tienen que ver con la mediocridad profesional. Supongo. Estas son las explicaciones que encuentro a la hora de intentar comprender por qué muchos medios de información, pudiendo haber ocupado los espacios para exponer a la conciencia pública qué sucede con nuestros chicos, con seriedad, con profundidad, con altura, se hayan inclinado por armar ese impúdico circo morboso.

Curiosamente hubo otra noticia estos días que, si bien se publicó, no obtuvo de los medios de información, ni de lejos, la misma relevancia. El lunes 12 de setiembre, en la ciudad de La Plata, se inició el jucio oral y público en la causa llamada "circuito Camps".

El general Ramón Camps fue el jefe militar de la Policía de la provincia de Buenos Aires durante la última dictadura militar. Bajo sus órdenes se gestó una de las redes más sofisticadas y macabras del terrorismo de estado. Conformada por seis centros de detención clandestina, los detenidos (¿detenidos? Secuestrados…) se hacían circular por ellos, con una precisa logística organizada alrededor de la desaparición forzosa de personas, la tortura, apropiación de bebés y asesinatos. Así que este es un juicio histórico: por primera vez se tratará, en la Justicia, el funcionamiento coordinado de un circuito de centros clandestinos que operó en la mayor provincia del país. No un represor en particular, no un conjunto de víctimas, no un centro clandestino: una red planificada, pensada y utilizada congruentemente dentro de una estrategia de terrorismo de estado.

Dentro de las 281 víctimas que contempla la causa se encuentran los chicos de "La noche de los lápices". La noche del 16 de setiembre de 1976 "grupos de tareas" de la policía bonaerense y del ejército secuestraron de su domicilio a diez estudiantes secundarios entre 14 y 18 años. Solo cuatro sobrevivieron. Los diez no fueron los únicos: otros operativos se pusieron en marcha antes y después de esa noche negra. En esos momentos, en la ciudad de La Plata los estudiantes secundarios estaban movilizándose para conseguir un "boleto estudiantil", más económico que el boleto común. ¿Fue esa la causa? En todo caso fue el disparador. Más bien hay que reparar en los dichos de un coronel, ante un grupo de padres: que se llevaban a los jóvenes que habían estudiado "en colegios subversivos, para cambiarles las ideas". Estos dichos están en un todo de acuerdo con  los de Camps, quien calificó las operaciones como una lucha contra "el accionar subversivo en las escuelas". Cuestión de estrategia: para eliminar la subversión no solo había que eliminar a los jóvenes y adultos "subversivos"; también había que eliminar a los adolescentes que podían llegar a ser potenciales relevos en una militancia política o gremial. Cambiar las ideas no es sencillo: es más sencillo desaparecer a las personas.

¿Por qué es tan escasa la cobertura de este juicio, frente a la dada a la desaparición de Candela? ¿Será que la muerte de una niña de once años es más terrible que la de una de catorce? ¿O el dolor de una madre será, acaso, mayor en el 2011 que en 1976? Los treinta y cinco años pasados, ¿vuelven menos despiadado el horror?

No sé.

Pero algo no va bien en una sociedad donde parece que las heridas de hoy existen para dejar de lado las heridas, todavía abiertas, de ayer, y las de ayer, para olvidarse de las de la semana pasada. Una sociedad donde todos jugamos a ser policías, psicólogos forenses, expertos en criminología, abogados y jueces, hablamos de pruebas que no conocemos, de declaraciones de cuya fiabilidad no sabemos nada y perseguimos sospechosos por todos los canales de televisión. Y, al mismo tiempo, parece que nos olvidamos de que la historia tiene su propia lógica, su propio devenir. Treinta y cinco años, en tiempos de una sociedad, es como decir ayer nomás. La historia no perdona la ausencia de memoria, porque una sociedad no es lo que es: es lo que es porque fue.

Centro de detención clandestino "Pozo de Banfield".
Pasillo de celdas.
Hace solo cinco años, en setiembre de 2006, desapareció Julio López, testigo clave en el juicio por crimenes de lesa humanidad contra Etchecolatz. Julio ya había testimoniado. Su desaparición no afectaba para nada el curso del juicio; de hecho, sucedió el día anterior a que se conociera el fallo judicial. ¿Por qué, entonces? Un aviso. Un mensaje a futuro para las víctimas, los testigos, los jueces, el poder político: "aquí estamos todavía, podemos, lo hacemos, y lo hacemos con la seguridad de sabernos impunes". Julio sigue desaparecido y nada se sabe de él. No parece haber pistas, cursos de acción, nada. ¿Y quién es Etchecolatz? Quien fue la mano derecha del General Camps, en su papel de Director de Investigaciones de la Policía de la provincia de Buenos Aires.


Candela, hoy, Laura, hace treinta y cinco años: la injusticia de tanta muerte impiadosa es una única e intrincada red que nos atraviesa en el espacio y en el tiempo. Como dijo John Donne: «La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque yo formo parte de la humanidad; por tanto nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.»



10/2/11

Ciudad sin estrellas

Autor: Montse de Paz.
Novela: Ciudad sin estrellas.
Editorial: Minotauro.

No está todavía a la venta. Hoy por hoy, es un titular, una noticia, que ya puede leerse —mientras escribo estas líneas— en unas 3000 entradas en el Google: novela ganadora del VIII Premio Minotauro, 10 de febrero de 2011.

Montse de Paz es Elisabet. Nuestra Elisabet.

Barramos, entonces, el polvo acumulado en los rincones de este blog durante los meses pasados. Coloquemos flores frescas y tendamos la mesa con un lindo mantel (de los de antes, Eli, de esos vainillados con preciosismo y cariño por nuestras abuelas). Saquemos del letargo a las copas finas, las que se reservan para las ocasiones especiales, y escanciemos en ellas el mejor vino.

Elisabet posee las dos virtudes literarias más importantes: sabe qué quiere contar y sabe cómo contarlo. Más que narrar historias narra una forma de ver y entender el mundo. Como todo buen escritor deja pedacitos de alma en lo que escribe, migas de pan que pueden seguirse a través de los surcos de palabras.

Surcos maravillosos, por otro lado: ¡qué bien que escribe!

Merecido, merecidísimo premio.