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2/10/09

Una interrupción en la lectura

Murió. Intentó cruzar la calle sin prestar la atención necesaria. Un camión. Me parece que el conductor no llegó a verlo; tampoco hubiera logrado evitar el choque, creo. Quedó tendido en el pavimento, casi partido en dos. De veras, no exagero: la parte superior y la inferior del cuerpo permanecieron unidas solo por la columna, el músculo y el cuero que lo recubre. El resto, abierto y con las vísceras extendidas en el asfalto. Mucha sangre, claro. Fue feo verlo allí, la mirada fija, turbia, los dientes encajados en las encías. Ignoro porqué sucede. Digo, que las encías queden así, expuestas. ¿Será eso que llaman rigor mortis? Enseguida la gente se amontonó a su alrededor; esos curiosos siempre aparecen, no sé de dónde, pero aparecen. Algunos se compadecían, otros gesticulaban, pero los más solo miraban. Una señora de trajecito sastre insistió en la necesidad de avisar a la policía, a los bomberos, a alguien que retirara el cadáver. No puede quedar esto acá, dijo. Me pareció una propuesta razonable, y pensé que uno de los presentes debería ocuparse. Entonces, antes de que algún curioso se fijara en mí, hice un bollito con la correa y el collar —ahora inútiles— y regresé al banco, a continuar leyendo bajo el cálido sol de otoño.