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15/12/09

Chau pesimismo (Mario Benedetti)

Ya sos mayor de edad


tengo que despedirte

pesimismo


años que te preparo el desayuno

que vigilo tu tos de mal agüero

y te tomo la fiebre

que trato de narrarte pormenores

del pasado mediato

convencerte de que en el fondo somos

gallardos y leales

y también que al mal tiempo buena cara


pero como si nada

seguís malhumorado arisco e insociable

y te repantigás en la avería

como si fuese una butaca pullman


se te ve la fruición por el malogro

tu viejo idilio con la mala sombra

tu manía de orar junto a las ruinas

tu goce ante el desastre inesperado


claro que voy a despedirte

no sé por qué no lo hice antes

será porque tenés tu propio método

de hacerte necesario

y a uno lo deja triste tu tristeza

amargo tu amargura

alarmista tu alarma


ya sé vas a decirme no hay motivos

para la euforia y las celebraciones

y claro cuandonó tenés razón


pero es tan boba tu razón tan obvia

tan remendada y remedada

tan igualita al pálpito

que enseguida se vuelve sinrazón


ya sos mayor de edad

chau pesimismo



y por favor andate despacito

sin despertar al monstruo


Mario Benedetti

30/11/09

Revista Literaria Prosofagia - Tercera Parte



Breve entrada será esta. 

Aún no he recibido los ejemplares impresos. !Snif!

Pero Blanca, querida Blanca, sí. El cartero llamó a su puerta, y ha escrito un texto que vale la pena leer. Muy mucho...



.

18/11/09

Revista Literaria Prosofagia – Segunda parte

Estamos ya preparando, a toda máquina, el quinto número. ¿Cinco, ya? Sí… ¡Cómo pasa el tiempo!

¿Que cómo fue la historia? Bueno…

En el primer número publicamos varias entrevistas, realizadas entre noviembre del 2008 y febrero del 2009. Por estricto orden de aparición: Alberto Vázquez-Figueroa; Rosa Montero; Montserrat Rico Góngora; Arlette Geneve; Julio Maruri. Todos escritores españoles, aunque habitantes de géneros literarios diferentes.

Un primer número sencillo —excesivamente sencillo, para muchos—. ¿Sencillo?

A ver: iniciamos Prosofagia sin saberqué hacer con las líneas huérfanas y viudas. Desconocíamos la existencia de sitios donde se puede publicar una revista para leerla on line. Ninguno de nosotros es diseñador; Pepsi tuvo que empezar desde cero, estudiando programas de diseño profesional (sí, estudiando). Hubo que pensar en todos los detalles: desde qué clase de cuenta de correo electrónico abriríamos hasta cuál sería la frecuencia de aparición de los números.

La toma de decisión con respecto a… ¿a todo? Sí, a todo. Por ejemplo: en los créditos, ¿cómo aparecerían los integrantes del staff y los colaboradores? ¿Nombre real? ¿Nick? ¿Ambos? Ja. Largas discusiones al respecto. Siendo una revista de un foro virtual, lo lógico sería que nos manejáramos con nicks. Pero ¿cuántas revistas adoptan una estructura de tal naturaleza? Hasta donde sé, ninguna. ¿Romper con las tradiciones, así desde el vamos, desde la nada? ¡Hum…!

Sin embargo, las cuestiones verdaderamente complejas fueron otras. Reunir un equipo de personas que nunca habían trabajado juntas, que no se conocen cara a cara, que tienen únicamente la virtualidad como medio de comunicación. Las complicaciones de toda índole se convierten en el pan nuestro de cada día. Justamente, el inicio se nos fue en definir cómo nos comunicaríamos, de qué forma sería la participación, si habría divisiones de trabajo o no, y si las habría, cómo y cuáles. Cuando alguien da las órdenes es sencillo. Cuando se intenta un trabajo horizontal, no lo es.

Y, también, hay que tener en cuenta que la revista nació en un Foro. Si un cuento de diez renglones puede llevar a interminables discusiones y nos lleva a interminables discusiones… , ¿qué puede llegar a suceder en un proyecto de esta naturaleza?

Así que el inicio no fue sencillo. ¡Hubo tantas marchas y contramarchas! Hacer y luego darnos cuenta que había un fallo… y des-hacer para re-hacer.

Las entrevistas, como dije, ya estaban hechas y publicadas en el foro, incluso en pdf, y tras una exhaustiva revisión por parte de más de una persona. Ja. Ja. ¡Ja, ja, ja! Revisamos de nuevo: aparecieron errores, uno acá, otro allá…

Gracias a todos los dioses iniciamos con una estructura simplísima y con material ya elaborado. En caso contrario no hubiéramos llegado a buen puerto ni con el primer número.


Ver una revista desde adentro es ingresar a otro mundo. Es fascinante y se aprende muchísimo. Es trabajo, también, claro. Persistente. No es como participar del Foro; uno no puede decidir, así como así, desaparecer por dos meses, o leer lo que le agrada, escribir lo que desea. No. Hay que estar al pie del cañón.

Hoy, en:

Novedades de Prosofagia


hay una fotografía preciosa.

Me consume la impaciencia.

2/10/09

Una interrupción en la lectura

Murió. Intentó cruzar la calle sin prestar la atención necesaria. Un camión. Me parece que el conductor no llegó a verlo; tampoco hubiera logrado evitar el choque, creo. Quedó tendido en el pavimento, casi partido en dos. De veras, no exagero: la parte superior y la inferior del cuerpo permanecieron unidas solo por la columna, el músculo y el cuero que lo recubre. El resto, abierto y con las vísceras extendidas en el asfalto. Mucha sangre, claro. Fue feo verlo allí, la mirada fija, turbia, los dientes encajados en las encías. Ignoro porqué sucede. Digo, que las encías queden así, expuestas. ¿Será eso que llaman rigor mortis? Enseguida la gente se amontonó a su alrededor; esos curiosos siempre aparecen, no sé de dónde, pero aparecen. Algunos se compadecían, otros gesticulaban, pero los más solo miraban. Una señora de trajecito sastre insistió en la necesidad de avisar a la policía, a los bomberos, a alguien que retirara el cadáver. No puede quedar esto acá, dijo. Me pareció una propuesta razonable, y pensé que uno de los presentes debería ocuparse. Entonces, antes de que algún curioso se fijara en mí, hice un bollito con la correa y el collar —ahora inútiles— y regresé al banco, a continuar leyendo bajo el cálido sol de otoño.

16/9/09

Sinestesia

No supo qué hacer ante tanto corte de ruta y de calle. Ella solo quería llegar al cumpleaños de la prima Lucía, con el regalo —una remera color lila— envuelto en papel brillante, el maquillaje fresco en sus ojos y el cabello recién arreglado en la peluquería de la vuelta. Pero no lograba salir del barrio, encontrar un colectivo, acceder a una boca de subte. Una marabunta de manifestantes se esparcía por puentes y avenidas, salvo aquellas bloqueadas por gomas incendiadas, camiones de través, peleas a puño y palos entre columnas antagónicas..., y los pies le empezaron a gemir en las sandalias nuevas, los dedos agarrotados entre las tirillas imitación cuero, el empeine forzado por la altura de los tacos. Al cabo de una hora de avanzar, retroceder, intentar un atajo, girar en círculos reflejándose en las mismas vidrieras protegidas por rejas, no le quedó otra que sentarse en un banco, a la entrada de un edificio de departamentos, sacarse las sandalias, estirar los pies, mover los dedos, apoyar la planta en el piso —sucias, las baldosas—, primero el pie izquierdo, luego el derecho, de a uno porque de otra forma el hormigueo y el dolor se volverían insoportables. De pronto, y antes de que llegara a calzarse de nuevo, los que marchaban por la calle comenzaron a correr, agitando las pancartas y vociferando como posesos. Ella miró la estampida sin saber qué hacer; solo atinó a apretar con fuerza su cartera. Uno chocó contra sus piernas extendidas, trastabilló y la insultó a gritos; el que venía detrás se agachó y agarró las sandalias y huyó con ellas, quizá para usarlas como si fueran piedras. Quedó inmóvil, casi acurrucada en el asiento, incapaz de reaccionar, y tampoco lo hizo cuando la granada de gases golpeó contra el árbol que estaba enfrente de su banco. En una perfecta sinestesia, cuando los gases le invadieron la nariz, la boca, los ojos, y le bloquearon la laringe y la tráquea y le cortaron la respiración, los pies dejaron de dolerle. Primero el derecho, luego el izquierdo.

8/9/09

Blanca, entrevistas, y también algo de Cortázar

Nos conocimos con Blanca (Blanca Miosi) hará dos años y medio, en Bibliotecas Virtuales. Entre cuentos y novelas, hemos recorrido juntas caminos de aprendizaje, de pesares y alegrías. Nos hemos divertido, también. Blanca ha publicado su segunda novela y va por la tercera; es mujer ocupada en mil cosas, y sin embargo, !tiene tiempo para entrevistarme!

Y yo, que borroneo cuentos un día sí y veinte no, y no más que eso, me emocioné, me puse extremadamente nerviosa, y en responderle gasté tanto las palabras que tenía conmigo, que he quedado en sllencio durante un par de semanas.

No poco ayudó a ese silencio el leer en el blog de Pepsi la entrada que abrió a propósito de la entrevista. Sabía que estaba armando un pdf. No que lo acompañaría sembrando datos jugosos sobre Estherlix (según ella, me caí de pequeña en una marmita de mate, y eso me otorgó poderes de lectura asombrosos).

Para quien desee leer ambas entradas:
(Aseguro al potencial lector que podrá encontrar, en ambos blog, entradas bastante más interesantes)

Versión On-line de la entrevista:




O en formato pdf para descargar en el siguiente enlace: Esther: una dama misteriosa




Y como Cortázar nunca te deja solitario, rumiando palabras que no encuentras, le pedí prestada una de sus Historias de Cronopios y Famas, para Blanca y Pepsi. Le juré que ambas son cronopios de buena ley, y entonces me dijo que sí.

Conservación de los recuerdos (Julio Cortázar)

Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: «Excursión a Quilmes», o: «Frank Sinatra».
Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: «No vayas a lastimarte», y también: «Cuidado con los escalones». Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.



9/8/09

Revista Literaria Prosofagia — Primera parte

Es curioso que, fomando parte del staff editorial de Prosofagia, recién luego de publicar el tercer número actualice mi blog y hable de ella. No, no es curioso: ha devorado, literalmente, buena parte de mi tiempo disponible para la vida virtual.

Todavía creo que estamos algo locos por lanzarnos en una aventura semejante: foreros casi sin formación o experiencia periodística, que se comunican exclusivamente por vías virtuales, sin lugar de trabajo y sin trabajar para Prosofagia —o sea, sin sueldo con el que comer todos los días—, sin dinero, ensayando un proyecto que abarca los doce meses de cada año.

Pero, en general, los prosófagos estamos algo locos, así que... ¿qué tiene de raro?

Pero, en general, los prosófagos tienen mucho que dar de sí. Relatos, poemas, artículos, ensayos. Fotografías y dibujos y pinturas. Conocimiento. Ideas. Imaginación. Somos muchos, y llegamos al foro desde dos continentes, cargados con las más disímeles expectativas y habiendo recorrido los más dispares caminos.

Con tal potencial, ¿cómo no pensar, suponer, soñar con atreverse a derrumbar los muros del "no se puede" y construir otros que, más que muros, sean redes de comunicación?

Felicitémonos, entonces. Todos: los que han puesto el hombro y los que han sido generosos con sus creaciones y con su tiempo y los que creyeron y apostaron a que sí, a que valía la pena. Todos los que han compartido la emoción de ingresar al foro un día cualquiera, y ver, en el tablón de anuncios, una imagen con un link: el número está en la calle.


26/1/09

El columpio

El chico de enfrente
Me quieree pegaar
Pooor un ajíiiiii



—¡Nena! ¡Bajá la voz! ¡No dejás dormir a nadie!

—Sí, mami…

—Hablo en serio. O hacés silencio, o te hago entrar… ¡y a la cama!

—Ta bien, mami…


La niña se impulsó de nuevo, envuelta en el viento del columpio subiendo, bajando, subiendo, la cara levantada al cielo y los ojos cerrados. El lazo carmesí en la cintura hacía juego con el que sujetaba su trenza: una nota de color en el blanco del vestido y de su piel translúcida asomando bajo las puntillas.


por un tomate,
poor una taazaa
de chocoolaateee


—¡Nenaa…!


Dejó de cantar. La luz de las estrellas atravesaba sus párpados, y ella no quería que la obligaran a cumplir el rito —absurdo, adulto— de encerrarse en la casa, en el dormitorio, entre sábanas que huelen a muerto y no al rocío que crece en las rosas y los jazmines, en los canteros prolijos y el césped recién cortado del parque.

Volvían de una juerga a las tres de la madrugada, zigzagueando por el medio de la calle.

Voces de borrachos, interrumpidas al observar, entre la maleza y el abandono y los postigos sucios de leyendas obscenas, un columpio subiendo, bajando, subiendo. Solitario, como si bastara la luz de la luna para impulsarlo.