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17/3/08

Circunstancias

Íbamos a salir para San Luis, a eso de las cinco de la mañana. No es fácil organizar un viaje, porque entre los tres sueldos no nos queda mucho para hacer turismo. Antes -digo, antes de los niños- sí viajábamos mucho, en carpa o nos quedábamos en casa de amigos. Y nosotros somos gasoleros, playa y río y sierra y comer barato... No nos gusta el Casino, y el cine o el teatro, poco. Luego llegaron los hijos; con la devaluación y la caída salarial tuve que tomar dos turnos en la escuela; mi marido consiguió retener su trabajo, no lo despidieron como a muchos, pero hace cuatro años que no percibe un aumento. Usted ya sabe, en el supermercado los precios suben cada semana; el costo de la construcción se fue a las nubes y tuvimos que ampliar la casita, una habitación y un baño más, sin contar las rejas de protección. A mí, salir en carpa con niños no me gusta, y tampoco es cosa de aparecer en la casa de un amigo con tanta familia, ¿no le parece? Así que ahora rara vez puedo viajar. Con lo que me agrada dejar atrás la rutina, cambiar de aires, conocer otra gente, olvidarme por unos días de los problemas.


Pero no crea, oficial, que me estoy quejando... ¡No, no! Como le dije, soy maestra, acá, en la escuela frente a la villa. Mañana y tarde. La escuela es como su Comisaría, sólo que no tiene calabozos. Usted y yo, los dos sabemos de la violencia, de la miseria. La pancita vacía, en el invierno tanto frío y vienen con la pancita vacía. Les damos la leche, el almuerzo, eso sí lo podemos hacer, hay un comedor en la escuela. Pero lo otro, la mirada ... ¡Ah!... Qué difícil es, oficial, qué difícil. Diez años, y ya quebrado el futuro. Una no se acostumbra, todos los días me digo: “¿cuándo te vas a dar cuenta de que la culpa no es tuya?” Pero no hay caso. Así que no me quejo, hace dos años que no salimos de vacaciones pero mis niños comen bien, tienen ropa, una buena educación, la computadora, no les falta nada. Y no importa cuán cansados lleguemos de trabajar, siempre tenemos tiempo para ellos; la familia está, se lo aseguro, a mis niños los padres no les faltan, como les sucede a los pobrecitos de la villa.


Bueno, creo que me fui del tema, pero es para que usted comprenda, ¿sabe?


Habíamos logrado que los niños se durmieran, las valijas estaban ya en el baúl de la camioneta, yo limpiaba la heladera, en fin, todo eso, cuando a mi marido se le ocurre encender el televisor. Entonces nos enteramos de que las estaciones de servicio iniciaban una huelga a medianoche. Nos dio un ataque, nosotros con el tanque de la camioneta medio vacío y partiendo a las cinco de la madrugada. Culpa de mi marido, oficial, le dije: “andá temprano a cargar nafta, luego entrás la camioneta al garage, ponemos las valijas arriba y nos vamos a dormir tranquilos”. Pero no, que más tarde, que mejor primero me baño. Me enojé bastante, él siempre tan tranquilo, tan dejado, y después vienen los problemas.


Así que salió como alma que lleva el diablo. Cerca de medianoche me llamó por el celular: por fin había logrado cargar el tanque, no sé cuántas estaciones de servicio recorrió, las colas que tuvo que hacer... Creo que era ya muy tarde, él estaba cansado, con sueño, si no no me explico cómo cometió el error de detenerse ante un semáforo en rojo ¿Qué? ¡Por favor, oficial! ¡Usted sabe que si a esa hora uno frena por el semáforo, lo asaltan seguro! Y fue lo que sucedió. Lo desvalijaron, hasta el celular se llevaron. Pero tuvo suerte, lo golpearon poco y le dejaron la camioneta, quizás porque es tan vieja que ni a los chorros les interesa.


Y yo en casa, intranquila; él no volvía, lo llamé al celular y sonaba, sonaba, con los chicos durmiendo y sola en la casa, sin saber qué sucedía allá afuera y el dolor de cabeza, ese dolor... ¿a usted le pasa...? Uno se vuelve loco, en la escuela es terrible, los chicos que gritan y se pelean y ... bueno, está bien, no importa, a usted no le importa.


(qué le puede importar, a quién le importa, un exorcista para el dolor, una guillotina por lo menos, qué le puede importar a usted la cabeza que estalla que me estalla)


Cuando llegó y me contó que lo habían asaltado y con la cortada en el cuero cabelludo, me desesperé, oficial. Todavía le salía sangre y le robaron la tarjeta de crédito y las valijas con toda la ropa adentro; ya no más San Luis y qué estaba haciendo yo, de madrugada y con la heladera desenchufada y vacía y sin viajar y tener que lavar la camisa veteada de sangre. Fue entonces cuando el menor se levantó de la cama. Se debió asustar por mis gritos y por la sangre y porque me veía desesperada. Lloraba y lloraba, se agarró a mis pantalones y seguía llorando, la cara encendida y roja, y bueno, fue entonces. Fue entonces. No sé qué pasó, oficial. Tanto nervio, la angustia, poco que duermo, no sé por qué le pegué tan fuerte, no les pego casi nunca a los chicos, y siempre despacito, se lo aseguro, pregúntele a mi marido, a mi suegra, a los vecinos, pregunte,


(que se calle por favor, que se calle, dejá de llorar, no te metas en el medio, no puedo la gasa el alcohol vos en el medio basta de lágrimas cómo me duele la cabeza correte andate a la cama ya no viajamos no me tires de la camisa basta de gritar... ¡no por favor! ¡No grites más!)


y así pasó, oficial, fue así,


(por favor chiquito no te calles, hablame, llorá por favor el silencio no los ojos cerrados no el silencio es terrible las lágrimas por favor quiero escucharte aunque sea escucharte llorar)


yo no quería, fue un accidente, si a mis niños los cuido siempre y muy bien, ellos no son como los de la villa, no es mi culpa, cayó contra la mesa, eso es un accidente, ¿no es así?, siempre golpearse contra la mesa es un accidente, a mí también me pasó de chica y nadie hizo un escándalo por eso,


(quedate con mamá, por favor, quedate con mamá, mamá te cuida siempre te cuidará no le hagas caso a mamá cuando se enoja se le pasa a mamá el enojo se le pasa)


El oficial apenas alcanzó a escuchar al médico de guardia, “tendrá que quedar en observación 24 horas, pero creo que irá todo bien”, cuando tuvo que apresurarse a sostenerla, derrumbada en la silla, cayéndose al piso, resbalándose por el plástico del asiento, compasivamente llegando a la inconsciencia.


El otro niño, aferrado al brazo del padre, la miraba. El padre también la miraba.