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1/1/08

Después del ómnibus y la lluvia

Se acomodó en el hueco de su brazo, confiada, dulcemente. Saúl extendió los abrigos sobre ambos, armando una improvisada manta.

—¿Estás cómoda?
—Mmm... sí...
—¿Tenés frío?
—No, qué voy a tener. Está todo bien, mi amor.

Lily miró por la ventanilla. Afuera, la lluvia mansa, el reflejo de ocasionales faros sobre el vidrio mojado. En el interior del ómnibus, la oscuridad y ellos en un mundo chiquito, hecho a medida para los dos. Se dijo que sería bueno seguir así por todos los caminos, de noche y con lluvia y sin llegar nunca a destino alguno. Levantó la cabeza y le dejó un leve beso en la barba incipiente. Saúl sonrió ante la caricia:

—Vamos, duérmete de una vez.
—Sí, sí, ya me duermo... sólo que...
—¿Sólo qué?
—Estoy un poquito preocupada, ¿sabés?
—No me digas que todavía...., pero si serás tonta, querida.
—No me digas tonta. No soy tonta. De verdad, ¿y si les caigo mal a tus padres?
—¿Cómo vas a caerles mal?
—Puede ser, ¿no?
—No. Y además, lo que importa es que a mí no me caes mal.
-¿No?

Saúl se inclinó y la besó. Apretó el abrazo protector y siguió besándola, murmurando esas palabras que se dicen (se murmuran) sólo cuando llueve, y entonces la oscuridad es abrigo, y el calor es calor de leños encendidos en los primeros fríos.

Estrépito.

Lily conoció a los padres de Saúl, sólo que no de la forma prevista. Se encontraron quince días después del accidente, aturdidos por las flores en descomposición y frente a una tumba recién cavada.
Dos semanas fue el tiempo que Lily estuvo internada en el hospital. Poco recuerda de los primeros días. Su madre, cada vez que recuperaba la conciencia. El vendaje en el brazo. La fiebre y las imágenes: el rictus deformado en la cara de Saúl, las ruedas aún girando, ¿cuándo pararán? La fiebre y más imágenes: la señora gorda en la cuneta, una maleta marrón, la extraña que la mira con ojos de azul desvaído, el niño arrastrándose entre los vidrios astillados. El hilo de sangre que baja por el mentón de Saúl. La lluvia que cae sobre Saúl y le lava la sangre y el barro.

Luego.

Luego están todos los recuerdos, blancos, despiadados, atrozmente vívidos. El dolor de las heridas, el dolor hirviente del rictus y el hilo de sangre. Su madre sosteniéndola, acunándola mientras Lily grita, ahora que sabe que el bebé no, que no más, que nunca más, que todos los futuros le explotaron en su indefenso vientre una noche de lluvia.
Volvió a su departamento de estudiante, con una cicatriz en el brazo izquierdo, arrastrando una leve cojera y esterilizada en el cuerpo y en el corazón.


¿Cómo sobrevivió esos meses? Creo que ni ella llegó a saberlo con certeza. Estaban sus padres, estábamos sus amigos, sus compañeros. La convencimos de volver a clases, la arrastramos al cine, la acompañamos en los largos insomnios, lloramos con ella y por ella. Las pesadillas la atacaban noche tras noche, nos contaba. Despertaba con las manos como garras apretando las sábanas, viendo los ojos muertos de Saúl, los ojos azul desvaído de la extraña. Amanecía a cualquier hora de la madrugada, gritando el nombre del niño nunca nacido ni nombrado, aullando el nombre del amante perdido en un ómnibus una noche de lluvia.

Creo que estudiar le vino bien; por lo menos la ayudó a olvidar de a ratos. Comenzó a recuperarse con lentitud de caracol y también con persistencia de caracol. Se notaba que dormía mejor, la piel más luminosa, la sonrisa que aparecía intempestiva y brevemente. Un día le pregunté por sus pesadillas, y me contestó que casi no soñaba con el ómnibus y el estrépito y las caras y los ojos y los miembros dislocados. Seguramente debía ser así, porque Lily ya no caía en crisis de pánico cuando las tormentas, ni vivía pendiente del parte meteorológico.

Seis meses después del accidente me recibí; fui la primera del grupo, así que los festejos fueron en grande. Aunque sin Saúl. La recuerdo a Lily, sentada, con las manos quietas en la falda, sonriendo valientemente, como una niña en su primer baile. Una niña que ha sido desdeñada, que mira desconcertada una alegría que otros decretaron le fuese ajena.
En fin, desparramé mi curriculum a troche y moche, y terminé yéndome a vivir a Mendoza, detrás de una buena oferta laboral. Chatéabamos seguido con Lily y el resto de la barra, intentando acortar distancias. Pero ya se sabe, no es fácil. Mi vida ingresó a otros paisajes, distintas preocupaciones, nuevos amigos y amores. Lentamente fui separándome de mi vida de estudiante.

Volví recién cuando, ¡por fin!, el tarambana de Juancito se recibió. Eso no me lo podía perder por nada del mundo. Festejamos al nuevo ingeniero con vino y choripanes y café y medialunas, hasta que el otro día nos encontró rendidos en sillones y almohadones, medio dormidos pero aún disparatados. Esa larga noche me dí un atracón de abrazos, de mimos, de noticias, de charlas insustanciales y sustanciales. Allí conocí al nuevo novio de Lily. Fue difícil, sé que estaba bien, que era bueno que Lily otra vez ..., yo misma la alenté por teléfono, por el chat, pero no sé... Saúl en los hierros retorcidos, Saúl mi compañero de estudios, ahora sin dudas muerto y justo con tanto reencuentro, justo cuando recuperaba mis años de estudiante, y con ellos, a él.
Lily estaba radiante, reía sin cesar y no sólo por el vino. Sergio la abrazaba, tiraba de ella para bailar nuestras ridículas rondas, y ella cerraba los ojos y giraba, la sonrisa infantil y las manos revoloteando en el aire. De tanto en tanto, cuando los truenos irrumpían entre la música, ella se estremecía. Ligeramente. Nada que no pudiera explicarse por un instinto de animal buscando refugio ante la tormenta.
Como a las tres de la madrugada, la bebida me puso mal y Lily me acompañó al baño. No sé cómo fue que salió el tema, pero mientras me lavaba la boca para sacarme el gusto a vómito, Lily, sentada en la bañadera, me contó que nunca se le fueron del todo sus pesadillas. A veces soñaba que estaba en un nicho, y la extraña la encerraba tras una pared de ladrillos, ante la mirada impávida de Saúl. Metódicamente, ladrillo tras ladrillo, iba levantando la pared —como en el cuento de Poe, ¿te acordás?— A lo mejor no fue tan así la conversación; no recuerdo bien, al fin y al cabo estaba medio borracha y vomitando bilis sin parar.

Al día siguiente, a solas y con una rosa, fui a despedirme —esta vez para siempre— de Saúl. Regresé a Mendoza sin volver a ver a Lily.

7 comentarios:

Hank dijo...

Estás mejorando mucho.
Ahora no tengo tiempo, quizás vuelva sobre este escrito más adelante.
Besos.

Esther dijo...

Gracias, Hank

Espero que los tiempos den.

Un abrazo,
Esther

Manuel Navarro Seva dijo...

Hola, Esther, pasé a visitar tu sitio, ahora que yo también me metí en esto de los blogs. Será porque a uno le gustaría que lo recodaran cuando deje de estar en este viejo mundo.
Que escribes muy bien no es ya un misterio por descubrir. Este es uno de tus cuentos que más me gustan.
Un beso, Boris.

Manuel Navarro Seva dijo...

Hola Esther, de nuevo aquí tan sólo para corregir mi comentario anterior. Creo que debí decir
Éste es uno de tus cuentos que más me gusta.
No sé cómo se puede corregir un comentario anterior, si no envías uno nuevo.
Besos, Boris.

Esther dijo...

Boris, Boris, cuánto he tardado en responderte... no tengo perdón, por cierto. No sólo porque pasas a dejar un comentario como éste, sino, también, porque este cuento en particular fue sustancialmente mejorado gracias a algunos aportes, allá en BV... y el tuyo fue fundamental. Hiciste una crítica severa !al final, al final del cuento! (jejejeje) y bueno, tenías razón.

Pasé por tu blog, sí, en cuanto ví el enlace. Pero no dejé un comentario por falta de tiempo; lo haré... sí, que hay cuentos que me agradará enormemente volver a leer!!

Un cariño,
Esther

Manuel Navarro Seva dijo...

Sé que has estado muy atareada en nuestro foro, es de agradecer. Tómate un respiro, esas discusiones desgastan mucho.
He regresado a leer este cuento en BV al leer tu respuesta aquí. El final ahora ha ganado muchísimo. El cuento es estupendo.
Un beso, Boris.

Esther dijo...

!Mil gracias por haberte tomado tu tiempo para buscar y comparar con el original!

Sí, creo que ha ganado el cuento. !Definitivamente!

Un abrazo,
Esther