—¡Hey! ¿No se atiende acá?
—Claro que se atiende. Pero primero, buen día, que hay que ser educado, hay que ser.
—¿Usted me habla de educación a mí? Profesor y todo... buee..., está bien...!Qué se le va a hacer! Buen día, señorita.
—Ah, ahora sí ¿Y qué le pasa a usted?
—Que quiero que me atiendan.
—Querer, querer, ...todos queremos algo ... En fin, siéntese que cuando le llegue el turno lo atenderemos.
—¿Cómo que cuando me llegue el turno? ¡Si hace dos horas que estoy esperando!
—¿Y? Dos horas no es nada en la vida.
—Puede ser, pero esto ya parece la muerte.
—No se haga el chistoso. Usted, espere sentado allí y cállese la boca, que estoy ocupada.
El tipo fue y se sentó, resignado. Se aflojó el nudo de la corbata, se apantalló con una revista de “Hágalo usted mismo, sea forero en cuatro lecciones”, movió los dedos de los pies dentro de los zapatones (sólo para asegurarse que todavía no habían hervido en sudor). Miró el reloj que colgaba de un gancho, en la pared: 280 horas, 63 minutos. ¿Qué mierda de hora es ésa? Tenía hambre, además de todo lo anterior ¿Habría algo de comer por allí? ¿Y el baño? Volvió a levantarse.
—Oiga, oiga, señorita. Baño ¿dónde está?
—¿Baño? No pensará que acá hay alguno, ¿no?
—¿No?
—No.
—¿Y qué hago?
—Aguantarse, hombre, no sea imbécil, aguantarse.
—No puedo.
—Puede.
—No puedo.
—Hágase encima, entonces, y no jorobe más, ¡que tengo mucho trabajo atrasado!
El tipo volvió a mirar alrededor, ¿de qué trabajo atrasado hablaba la mina? Ël era el único en la sala de espera. Y la mina, laburar, laburar....!A menos que le pagaran por limarse las uñas! En fin, había dos puertas en la sala, alguna llevaría al baño; porque baño, siempre hay. Probó una, cerrada con llave. Probó la otra, igual. Se rascó la cabeza. Si todo estaba cerrado, ¿por dónde había entrado él? Volvió a mirar el reloj de la pared. Una pregunta le afloró en la cabeza, con un sonoro estampido de sorpresa: ¿y cuándo había entrado? Puesto a pensar, cayó en la cuenta de un detalle: ¿y para qué había venido acá?
Desconcertado, volvió al mostrador:
—Escuche, señorita, disculpe la molestia, pero quisiera hacerle una pregunta...
—Mmm... no hay caso con usted, ¿no es así? En fin, ya me interrumpió, ¿qué quiere ahora?
—Una pregunta. ¿Para qué atienden ustedes acá?
—¿Cómo?
—Eso.
—¿Eso qué?
—Que qué hace usted acá, en esta oficina.
—Trabajar.
—¡Ah! ¿Y de qué?
—De desgraciada que tiene que aguantar a tipos como usted.
—Bueno, sí, pero aparte de eso, ¿qué más?
—¿Más? No sé. Hace como mil años que estoy acá y no me he enterado todavía.
—¿Cómo? ¿No sabe?
—No.
—¿No?
—Otro imbécil. Claro que no. ¿Acaso usted sabe qué hace acá?
—Bueno, ...estee ...Justamente, no lo tengo claro, ...estee... La memoria me falla un poquito...
—No se preocupe. Ya le volverá la memoria. Ahora, hágame un favorcito, vaya a sentarse hasta que le toque el turno.
La mina meneó la cabeza y siguió limándose las uñas. Habráse visto, tanto descaro. Un baño. Capaz que pretende una gaseosa y todo. Imbéciles.
En fin, hay que aguantarlos, se dijo. La paga es buena, cinco días de laburo y dos de descanso, y el trabajo liviano. Mejor que en el Cielo, con tanto ángel cantando a voz en cuello.