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16/12/07

Morir de amor

El mausoleo parecía ser tan viejo como el cementerio. Capa de pintura sobre capa de pintura, depositadas como estratos geológicos, pero todas igualmente desconchadas. La pátina de verdín asoma, sin falsos pudores, entre los restos de antiguos blancos y amarillos.

“Vejez, abandono, suciedad”, pensó ella. Sin embargo, era aquí, sin equivocación posible. Miró a todos lados: nadie. Un chasquido cercano. Con inquietud, repasó las sombras fluctuantes de los alrededores. Nadie. Por supuesto, ¿quién merodea en un cementerio abandonado, a las dos de la madrugada?
Tironeó del portón oxidado y casi resbala cuando se abrió de golpe, girando sobre –evidentemente- goznes bien aceitados. Ella sonrió para sí, pensando que después de todo, no parecía tan mal.

Descendió con precaución los escalones; y se encontró en un recinto poco iluminado, salpicado de tumbas de piedra y poltronas de cuero. Aspiró con fruición el olor: madera lustrada, aromas a jazmín y rosas. El vampiro la esperaba, sí. Al verla, dejó el libro, se levantó con presteza y se acercó, extendiendo ambas manos en ademán de invitación:

— ¡Has venido, sin embargo!

— Sí. No conseguí conciliar el sueño, y al fin, pensé que bien podía aceptar tu invitación — contestó ella, dejando que las manos de él aferraran las suyas. Tacto suave, frío, firme.

— Y me haces feliz con tu llegada. Ven, ven, siéntate aquí y conversemos.

Ella se sentó en el sillón,
cruzó las piernas y se reclinó, calma, relajadamente. Con gesto casual acomodó un mechón de su largo pelo negro, y luego dejó descansar las manos en la falda, inmóviles, elegantes.

El vampiro la observó, su corazón muerto latiendo con fuerza en el pecho, las vísceras ganadas por una sorda inquietud. No sabía qué le estaba pasando. ¡Oh! Sí, sí, sabía qué le
sucedía: se estaba enamorando de ella. De esa mezcla de frialdad y ternura que exhibía con naturalidad. De sus comentarios mordaces, en las largas charlas de café. Del oscilar de sus caderas al caminar. De su serenidad cuando él se descubrió como vampiro y le dijo “ténme confianza, no te haré daño”. En ese momento, él, experto en oler el miedo, supo sin lugar a dudas que ella no le temía, y la admiró y la deseó y quiso desesperadamente averiguar a qué sabía su piel. Él, que en un siglo de sibarita, sólo quiso degustar sangre.

En todos sus encuentros siempre estuvieron rodeados de otros humanos, apretujados por otros humanos. Por primera vez se encontraban solos, y fue ella quien vino a él, y vino conociendo quién es él en verdad.

Comprendía que se estaba enamorando, pero no cómo podía sucederle. Porque los vampiros no tienen alma, ya se sabe. Los vampiros son inmunes a las infecciones, a las consecuencias del tabaco y el alcohol, a las balas y los cuchillos. Y no tienen alma: también son inmunes al amor, a la tristeza, la esperanza, la culpa y el odio.

Así se lo contó a ella, mientras compartían una copa de vino, queso y aceitunas. Le explicó que ellos, los vampiros, sólo son capaces de sentir miedo y dolor, porque para eso no se requiere del alma. O tener hambre, sed, sueño, sexo. Y nada más. Y que, sin embargo, él la quería. La quería como antes, como cuando todavía era humano y tenía una esposa, una hija,

a la esposa la mató primero. Luego a la hija. La niña lloraba, mientras su padre destruía su frágil garganta. En cien años, nunca sintió remordimiento alguno.

Se lo contó con su voz más seductora, con breves sonrisas y pausas de efecto, atento a ella, intentando adivinar qué pasaba en su mente. Quiso usar todas las tácticas de animal depredador, aprendidas en un siglo de sobrevivir a las estacas y a su propia hambre de sangre humana. Pero no pudo: se le empezaron a confundir verbos y sustantivos y adjetivos, y terminó farfullando tonterías.

La joven escuchó sin interrumpir su largo monólogo. Luego, inclinó la cabeza: la tristeza le estaba haciendo añicos su exquisita armadura de frialdad y suficiencia. Ya no se sentía sabia y valiente al hacer frente al cementerio y al vampiro, ni podía silenciar la desverguenza de su propio corazón; el miedo le explotó en llanto y le cegó la mirada.

El vampiro se arrodilló frente a ella, le apartó el cabello, intentó detener sus lágrimas con palabras, pero ignoraba qué decir y calló sus argumentos; lo sacudió una impotencia olvidada en el tiempo, esa que se siente ante el dolor ajeno, ante el llanto de la mujer amada.

“Oh, querida, querida, querida....”, sólo atinó a susurrarle al oído. Entonces, la besó con suavidad en la boca, así, él de rodillas y ella sentada en la poltrona negra. Y luego la besó con énfasis de enamorado, con la desesperación de quien se está ahogando y consigue aspirar una bocanada de aire, con la devoción apasionada de un adolescente, con la codicia de un ladrón de joyas.

Y ella, dulcemente, echó la cabeza hacia atrás, dejando la garganta expuesta, toda vena, arteria y sangre. El vampiro entendió ese gesto como lo que en verdad era: un ofrecimiento. Pero, con lucidez, también comprendió que ella no le ofrecía su garganta, así, desprotegida, como lo hace la virgen que se destina a un sangriento ritual, ni tampoco como aquellas que buscan voluptuosidad en los colmillos del depredador. No, no, ella le decía: sé que no me harás daño, y por eso te dejo desnudas mis carótidas y yugulares, para que no dudes de la veracidad de mi fe.

Y él, por ella, le fue infiel a su especie y a su hambre, y descendió siguiendo el latido de la arteria, rozando apenas con los labios la piel, negándose a escuchar el latido, temiendo escucharlo.


Despertó sola y fría, apenas abrigada por un manto de cenizas.

Era el décimo segundo vampiro que mataba. El primero que había matado sin estacas, sólo de amor.

Dice la leyenda que el vampiro, por fin amando, por fin necesitando, por fin compasivo, rota su maldición de inmortal y antes de que su carne se disolviera en cenizas, recuperó el alma por un instante. Que un siglo de crímenes le sepultaron el corazón y la culpa lo atormentó hasta la médula de los huesos. Dicen que ese instante fue eterno. Que murió como mortal, aferrado a su amante dormida, pero ya sin amor que dar, ya sin nada que dar fuera del atroz dolor de los muertos que había matado.

Y que ella siguió su camino, vampiro por vampiro, hasta que una noche cruel la emboscaron en un páramo desierto, y la hirieron en la garganta, en el vientre, y la desangraron sin remedio.


Cuentan los viejos, al lado del fuego, que ella murió amándolo.


12/12/07

A una nariz


Érase un hombre a una nariz pegado,

érase una nariz superlativa,

érase una nariz sayón y escriba,

érase un peje espada muy barbado.


Era un reloj de sol mal encarado,

érase una alquitara pensativa,

érase un elefante boca arriba,

era Ovidio Nasón más narizado.


Érase un espolón de una galera,

érase una pirámide de Egipto,

las doce Tribus de narices era.


Érase un naricísimo infinito,

muchísimo nariz, nariz tan fiera

que en la cara de Anás fuera delito.


Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)

http://users.ipfw.edu/jehle/poesia/quevedo.htm

28/11/07

Ventilación

En un día laboral y en invierno, a esa hora - las veintitrés- la mayor parte de los vecinos están atentos a los programas televisivos, o ya estableciendo acuerdos con su reloj-despertador. Fue ésa, aproximadamente, la hora en la que el edificio quedó a oscuras, como a veces sucede en épocas de crisis energética. El abrupto cese de motores y músicas dio paso a un leve sonido de roces, que un minuto antes eran indetectables. Ella estaba en el pasillo de su piso, el tercero, con una bolsa de basura en cada mano. Ciega, la invadió el pánico; su imaginación echó raíces profundas, alimentada en madrugadas insomnes y películas de bajo presupuesto. Instintivamente se arrimó a la pared, y comenzó a deslizarse -reptar- por la superficie rugosa, aferrada a sus bolsas repletas de desechos, intentando volver atrás en sus pasos y alcanzar el refugio de su departamento. Cuando llegó a una puerta, tanteó la madera, hasta encontrar la “E” en relieve. Ya tranquila, apoyó las bolsas en el piso y buscó las llaves en el bolsillo de atrás de los vaqueros.

A la mañana siguiente, un vecino madrugador encontró el pasillo sembrado de cáscaras de naranja, yerba mojada y toallitas higiénicas sucias. Fue necesario ventilarlo para eliminar la incómoda fetidez de tanto desperdicio. Una semana después, también fue necesario ventilar muy bien el departamento 3º E.

9/11/07

Canción de cuna


Esta noche he llorado todas las lágrimas. Abrazada a mi osito de peluche, repasando mis días, aquellos, esos.

Cuando no llovía eterna, desoladamente, como ahora.

Me vengo arrastrando desde hace, ¿cuánto?, ¿un mes, dos meses? Esperando que los conflictos se resuelvan por sí mismos, o quizás una ayuda mágica, rezando los ruegos sin destinatario en quien creer.

Ya, mi querido, no me quedan fuerzas. Se me escurrieron en las horas interminables de las esperas, cuando el teléfono suena, pero no, pero equivocado, ¿por qué no marca correctamente, pedazo de estúpido? –no, no lo digo, soy respetuosa, tú sabes-, la campanilla de la puerta en silencio, espiar tras las ventanas, por si llegas, por si un milagro.

Mi padre apareció ayer, de improviso, ¡hacía tanto que no nos veíamos! Llovía ya, y entonces él rebuscó en la alacena, encontró un viejo paquete de harina, con gorgojos, pero mi padre no se amilana por tan poco. Tamizó la harina, preparó las tortas fritas, y me llenó el departamento de olor a aceite quemado; no me importó, porque el aroma a infancia me rescató el alma durante un rato, precioso rato. Tomamos mate y hablamos de doña Josefina y sus ropas estrafalarias, y del hijo de los del almacén, que está por recibirse de ingeniero, y de la boda de Marina y ese novio que se consiguió por internet, mirá vos, cómo son las cosas ahora. Saqué el viejo album de fotos, el de mi infancia, y lo recorrimos, sentados en el sillón, sonriendo con ésta y con la otra. Mi padre desgranó anécdotas de mi madre, de mi abuela, de esas mujeres fuertes que hay en mi historia. Pero yo, casi no las conocí.

No le conté nada, por supuesto. El no entendería. Ël todavía cree que me ha educado bien, que soy una persona honesta, que miro la vida sin dudar de sus límites y de sus bellezas. No lo saqué de su error. ¿Para qué? Él ya sufrió lo suyo. Sus arrugas no merecen mis oscuridades.

Hoy no fui a trabajar, claro. LLamé por teléfono, conté las mentiras de rutina, la garganta, un virus, la fiebre, la tos. La tos me sale bien, regalo de fumadora empedernida. La fiebre, ésa no la mentí. Me persiguió todo el día, ardiéndome en la piel y recargándome los ojos. Tomé un té a mediodía, pero no me animé a mi acostumbrado pastiche de aspirinas. Por las dudas. Era antes. Antes. Tú sabes, antes de ir.

La clandestinidad es tan difícil, querido. Tan sucia. ¿Porqué debemos vivir en este país de mierda? Por suerte no hubo complicaciones con mis alergias. Por suerte fue rápido.

Porque estaba sola, como sabes.

No tanto como ahora, con este difuso dolor en el vientre y los antibióticos y la sed y el teléfono que no suena y el timbre enmudecido.

3/11/07

Sur

San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo;

Pompeya y más allá la inundación;

tu melena de novia en el recuerdo

y tu nombre flotando en el adiós.

La esquina del herrero, barro y pampa,

tu casa, tu vereda y el zanjón

y un perfume de yuyos y de alfalfa

que me llena de nuevo el corazón.

Sur,

paredón y después...

Sur,

una luz de almacén...

Ya nunca me verás como me vieras

recostado en la vidriera y esperándote...

Ya nunca alumbraré con las estrellas

nuestra marcha sin querellas

por las noches de Pompeya...

Las calles y la luna suburbana

y mi amor y tu ventana

todo ha muerto... Ya lo sé.

San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,

Pompeya y, al llegar al terraplén,

tus veinte años temblando de cariño

bajo el beso que entonces te robé...

Nostalgias de las cosas que han pasado,

arena que la vida se llevó,

pesadumbre de barrios que han cambiado

y amargura del sueño que murió.



Letra de Homero Manzi y música de Anibal Troilo. (1948)

http://www.satlink.com/usuarios/f/fm2000/musical.htm


31/10/07

¿No se atiende acá?

—¡Hey! ¿No se atiende acá?

—Claro que se atiende. Pero primero, buen día, que hay que ser educado, hay que ser.

—¿Usted me habla de educación a mí? Profesor y todo... buee..., está bien...!Qué se le va a hacer! Buen día, señorita.

—Ah, ahora sí ¿Y qué le pasa a usted?

—Que quiero que me atiendan.

—Querer, querer, ...todos queremos algo ... En fin, siéntese que cuando le llegue el turno lo atenderemos.

—¿Cómo que cuando me llegue el turno? ¡Si hace dos horas que estoy esperando!

—¿Y? Dos horas no es nada en la vida.

—Puede ser, pero esto ya parece la muerte.

—No se haga el chistoso. Usted, espere sentado allí y cállese la boca, que estoy ocupada.

El tipo fue y se sentó, resignado. Se aflojó el nudo de la corbata, se apantalló con una revista de “Hágalo usted mismo, sea forero en cuatro lecciones”, movió los dedos de los pies dentro de los zapatones (sólo para asegurarse que todavía no habían hervido en sudor). Miró el reloj que colgaba de un gancho, en la pared: 280 horas, 63 minutos. ¿Qué mierda de hora es ésa? Tenía hambre, además de todo lo anterior ¿Habría algo de comer por allí? ¿Y el baño? Volvió a levantarse.

—Oiga, oiga, señorita. Baño ¿dónde está?

—¿Baño? No pensará que acá hay alguno, ¿no?

—¿No?

—No.

—¿Y qué hago?

—Aguantarse, hombre, no sea imbécil, aguantarse.

—No puedo.

—Puede.

—No puedo.

—Hágase encima, entonces, y no jorobe más, ¡que tengo mucho trabajo atrasado!

El tipo volvió a mirar alrededor, ¿de qué trabajo atrasado hablaba la mina? Ël era el único en la sala de espera. Y la mina, laburar, laburar....!A menos que le pagaran por limarse las uñas! En fin, había dos puertas en la sala, alguna llevaría al baño; porque baño, siempre hay. Probó una, cerrada con llave. Probó la otra, igual. Se rascó la cabeza. Si todo estaba cerrado, ¿por dónde había entrado él? Volvió a mirar el reloj de la pared. Una pregunta le afloró en la cabeza, con un sonoro estampido de sorpresa: ¿y cuándo había entrado? Puesto a pensar, cayó en la cuenta de un detalle: ¿y para qué había venido acá?

Desconcertado, volvió al mostrador:

—Escuche, señorita, disculpe la molestia, pero quisiera hacerle una pregunta...

—Mmm... no hay caso con usted, ¿no es así? En fin, ya me interrumpió, ¿qué quiere ahora?

—Una pregunta. ¿Para qué atienden ustedes acá?

—¿Cómo?

—Eso.

—¿Eso qué?

—Que qué hace usted acá, en esta oficina.

—Trabajar.

—¡Ah! ¿Y de qué?

—De desgraciada que tiene que aguantar a tipos como usted.

—Bueno, sí, pero aparte de eso, ¿qué más?

—¿Más? No sé. Hace como mil años que estoy acá y no me he enterado todavía.

—¿Cómo? ¿No sabe?

—No.

—¿No?

—Otro imbécil. Claro que no. ¿Acaso usted sabe qué hace acá?

—Bueno, ...estee ...Justamente, no lo tengo claro, ...estee... La memoria me falla un poquito...

—No se preocupe. Ya le volverá la memoria. Ahora, hágame un favorcito, vaya a sentarse hasta que le toque el turno.

La mina meneó la cabeza y siguió limándose las uñas. Habráse visto, tanto descaro. Un baño. Capaz que pretende una gaseosa y todo. Imbéciles.

En fin, hay que aguantarlos, se dijo. La paga es buena, cinco días de laburo y dos de descanso, y el trabajo liviano. Mejor que en el Cielo, con tanto ángel cantando a voz en cuello.

19/10/07

Se nos ha muerto un sueño


Conrado Nalé Roxlo

¡Carpintero! Haz un féretro pequeño

de madera olorosa,

se nos ha muerto un sueño,

algo que era entre el pájaro y la rosa.

Fue su vida exterior tan imprecisa

que sólo se lo vio cuando asomaba

al trémulo perfil de una sonrisa

o al tono de la voz que lo nombraba...

Mas qué te importa el nombre, carpintero,

era un sueño de amor. Tu mano clave

pronto las tablas olorosas, quiero

enterrar hondo el sueño flor y ave.

¡Al compás del martillo suena un canto!

"No vayas al campo santo,

porque los sueños de amor

No mueren. Se muda en llanto

su forma de ave y de flor"


CONRADO NALE ROXLO

Nació en Argentina en 1898. Poeta, humorista y dramaturgo; como humorista usó el seudónimo de Chamico. Publicó tres libros de poesía: El Grillo. Claro Desvelo y De otro Cielo.

http://www.northhills.com.ar/poetica/poe.htm - arg


13/10/07

La sandía

Había una vez una sandía. Una, sólo una. Nació en el jardín de atrás, imposible parto que aún no hemos podido explicar. Llamamos al veterinario de la otra cuadra, le preguntamos ¿y por qué? Como la sandía no era vaca o caballo o perro o gato, no supo qué decir. Pero, ya que estaba, nos dio algunos consejos útiles para combatir los caracoles, los gorriones y los elefantes. Todo eso sin cobrar un centavo, aunque eso sí, le regalamos una docena de huevos. Por lo de los caracoles, porque los gorriones no hacen mucho daño. Elefantes, no vimos nunca por acá.


Bueno, el caso es que la sandía estaba allí, detrás del rosal que plantamos el año pasado y al costado del gallinero. No era muy grande, pero quizás por juventud, no por miserable. Toda verde y blanca. Le pusimos nombre: Sandy. La lavábamos todos los días para que luciera hermosa, la secábamos con un trapo limpio, en fin, la cuidábamos muchísimo.


Le enseñamos al nene a no tocarla y a los perros a no hacerle pipí encima. Convencer a las hormigas de que no se acercaran fue un poco más difícil, pero luego de aniquilarlas completamente lo logramos. Todas las noches mi mamá le ponía un nilón encima, por el frío. Y claro, si no llovía había que regarla; de eso se encargaba mi papá, que del agua sabe mucho porque hace changas como bañero en el balneario.


Un martes a mediodía fui a verla, a la vuelta de la escuela. Había desaparecido. Le avisé a mi mamá, y ella vino corriendo al patio. Revisamos todo el jardín y al fin la encontramos: se había marchado al otro lado, donde está la higuera. Así que nos tranquilizamos. El problema vino después, cuando nos dimos cuenta que con la búsqueda mi mamá se olvidó que estaba revolviendo el guiso. Se secó el agua de la olla y el guiso se quemó todito. No nos quedó otra que comernos la sandía. FIN


Nota de la maestra: muy bien diez, Jorgito!! Sigue adelante!!! Estoy segura que tu próxima redacción será todavía más linda.


Opinión del corrector de pruebas: carajo, este tal Jorge logró escribir incluso fin con faltas de ortografía.


Crítica literaria: la delicada confluencia de la madre, la sandía y el elefante, revela una extraordinara sensibilidad en Jorge Senstñwerteudes, novel autor, que seguramente deleitará al lector que se acerque a esta profunda y bellísima página...


El lector: ¿?¿?


Sandy: ojalá les de diarrea.

12/10/07

La puerta de hierro y cristal

Se levantaba a las 6,30 hs, todos los días, de lunes a sábado, salvo feriados o gripes. Rara vez sufría otra enfermedad que ésta, la gripe: puntual, en abril y en setiembre. A las 8,00 hs ya estaba en funciones, su agenda abierta en el escritorio, el café azucarado, el teléfono a la mano. No es tan fácil encontrar regularidades más allá de las 12,00 hs. A veces, almuerzos de trabajo. Otras, la pantalla de la computadora. Quizás, charlas insustanciales con alguno de sus compañeros de oficina. A las 17, 30 hs daba por terminada la jornada. La jornada. El día. Como se quiera llamar: lo daba por finalizado.
Plegaba el mundo al salir del edificio, y no es una metáfora, ¡cielos, no! El mundo se terminaba allí, justo en la puerta de hierro y cristal. Afuera, en el exterior, era, por fin, libre de la rutina.

Y así, por eones, transcurrieron las cosas.

Un jueves, su reloj-despertador atrasó dos minutos. A las 8,02 ya estaba en funciones, su agenda abierta en el escritorio, el teléfono a la mano. Pero el café azucarado le supo un poco más tibio que lo habitual. Muy poco, es cierto. Eso, lo distrajo medio minuto de sus tareas. Se dio cuenta cuando revisó el reloj de su computadora. Con un cierto grado de curiosidad, abrió la ventana del explorador, para constatar la hora oficial.

No pudo volver a cerrarla. El explorador, incapaz de responder a una apertura inopinada en un minuto anómalo, inició búsquedas insoportablemente inútiles y vagas.

Así ocurrió que caímos, todos, en el exterior. Un reloj que atrasó, un café un poco más frío, un explorador desorientado. Poca cosa, diréis. No. Suficiente para que la puerta de hierro y cristal se cerrara. Claro, con nosotros del lado de afuera.

Por eso, todos los días jueves, a las 6,32 minutos, las campanas echan a vuelo y se sueltan globos de colores. Por eso continuamos quejándonos de los árbitros de fútbol, en vez de usar la tecnología para obtener fallos inapelables. Y discutimos interminablemente sobre el amor, el destino, el origen de la especie y el sentido del universo. No vaya a ser que a alguien se le ocurra recomponer los relojes, abrir la puerta de hierro y cristal, e ingresarnos de nuevo a un mundo sin fisuras. A la época en la que él nos plegaba, justo a las 17,30 hs.

¡Joder!


Psyllophryne didactyla



“En 1971 se descubrió el sapo pulga, especie que vive oculta en las hojas caídas de la Selva Atlántica en unos pocos lugares del estado de Río de Janeiro. Se trata del vertebrado tetrápodo (esto es, con pulmones y cuatro extremidades) más pequeño del mundo.”

Duarte Rocha, C.F. y Van Sluys, M (1999) “El sapo más pequeño del planeta” Revista Ciencia Hoy, vol 9 Nº 51 (marzo-abril 1999)

www.cienciahoy.org.ar


5/10/07

Ciertos días

A Elisabet

Ciertos días poseen una cualidad extraña, que los vuelve irrepetibles en el alma y en la memoria. Se recuerdan como una bruma, apenas una ligera humedad en el aire, casi insustancial. Sin embargo, son los días en los que el mundo se detuvo.


Eugenia se apresuró, sorteando baldosas flojas con sus zapatillas mal acordonadas, la melena cayendo sobre la espalda. Canturreaba – para no olvidarse- la lista: medio kilo de pan, un paquete de azúcar, uno de fideos, un kilo de tomates. Canturreaba – porque no podía dejar de hacerlo- su más bello poema: voy a verlo, voy a verlo, voy a verlo. Eugenia tenía casi trece años y un secreto: los ojos azules y la sonrisa esplendorosa del nuevo dependiente del almacén. Su abuela se extrañaba: “¿Qué le pasa a esta niña que se ha vuelto tan obediente, y ya no hay que repetirle que haga los mandados?” Y recibía las amonestaciones de su madre: “Vaya, si usas el vestido nuevo para andar por el barrio, ¿qué te pondrás para ir a misa?” Eugenia, la cara arrebolada por rubores imprevistos, guardaba silencio, acunando sus secretos entre moneditas de vuelto y dos kilos de papas, que están en oferta.


Ese jueves en particular, los rubores se encenderían en llamas, porque él le habló. ¡Oh! Le habló, pero no como siempre, como todos los días - ¿Algo más? ¿Trajiste el envase?-. Fue distinto, la miró y le habló y le sonrió a ella, y ella supo. En algún lugar de sus entrañas se reconoció en la mirada y el tono de la voz y la sonrisa, y se murió de puro miedo cuando sus manos se rozaron, y ya no de casualidad. Regresó sorteando nubes de algodón, corriendo riesgo de equivocar el camino, tan fuera de sí, que a duras penas recordó alejarse de la verja al pasar por esa casa con perros bravos.


Tenía ya catorce cuando descubrió que un dependiente de almacén carecía de futuro. Sucedió en un día de primavera, plomizo, de luz vacilante. Ella estaba con sus cuadernos de clase, al lado de la ventana, cuando las ideas se le arremolinaron sin que lograra impedirlo, y se vio a sí misma y a él, no ahora, sino más adelante, en los años por venir. Porque a los catorce, con sus faldas que se habían acortado y una prolija cola atando su cabello, Eugenia cargaba con renovada ambición sus libros, camino a la escuela. Empero, él no parecía sentir interés alguno por esas puertas entornadas que ella empujaba para abrir, con creciente emoción. Todo eso es lo que pensó, al lado de la ventana y envuelta en el aire de un día de invierno equivocado de estación.


Entonces, dejó atrás las citas clandestinas y las mentiras piadosas con las que mantenía la inocencia de sus padres. Se olvidó de la vereda despareja del almacén y el cajón de manzanas a su entrada y la mirada azul que la perseguía en sueños. Caminó todos los caminos, esos que la llevaron cincuenta años después a una cama de hospital, con tubos que no desea y máquinas titilantes que no la dejan en paz. Sus hijos creen que su sonrisa leve y su mirada abstraída nacen en la certeza de que ella -devota creyente-, encontrará al hombre con el que compartió los sueños y las miserias, en algún lugar detrás de la muerte. Pero Eugenia, a decir verdad, recuerda el día en que el mundo se detuvo.

El extranjero

Albert Camus

(Fragmento. Primera parte, V)

Poco después el patrón me hizo llamar, y en el primer momento me sentí molesto porque pensé que iba a decirme que telefoneara menos y trabajara más. Pero no era nada de eso. Me declaró que iba a hablarme de un proyecto todavía muy vago. Quería solamente tener mi opinión sobre el asunto. Tenía la intención de instalar una oficina en París que trataría directamente en esa plaza sus asuntos con las grandes compañías, y quería saber si estaría dispuesto a ir. Ello me permitiría vivir en París y también viajar una parte del año. «Usted es joven y me parece que es una vida que debe de gustarle.» Dije que sí, pero que en el fondo me era indiferente. Me preguntó entonces si no me interesaba un cambio de vida. Respondí que nunca se cambia de vida, que en todo caso todas valían igual y que la mía aquí no me disgustaba en absoluto. Se mostró descontento, me dijo que siempre respondía con evasivas, que no tenía ambición y que eso era desastroso en los negocios.

Volví a mi trabajo. Hubiera preferido no desagradarle, pero no veía razón para cambiar de vida. Pensándolo bien, no me sentía desgraciado. Cuando era estudiante había tenido muchas ambiciones de ese género. Pero cuando debí abandonar los estudios comprendí muy rápidamente que no tenían importancia real.

María vino a buscarme por la tarde y me preguntó si quería casarme con ella. Dije que me era indiferente y que podríamos hacerlo si lo quería. Entonces quiso saber si la amaba. Contesté como ya lo había hecho otra vez: que no significaba nada, pero que sin duda no la amaba. «¿Por qué, entonces, casarte conmigo?», dijo. Le expliqué que no tenía ninguna importancia y que si lo deseaba podíamos casarnos. Por otra parte era ella quien lo pedía y yo me contentaba con decir que sí. Observó entonces que el matrimonio era una cosa grave. Respondí: «No.» Calló un momento y me miró en silencio. Luego volvió a hablar. Quería saber simplemente si habría aceptado la misma proposición hecha por otra mujer a la que estuviera ligado de la misma manera. Dije: «Naturalmente.» Se preguntó entonces a sí misma si me quería, y yo, yo no podía saber nada sobre este punto. Tras otro momento de silencio murmuró que yo era extraño, que sin duda me amaba por eso mismo, pero que quizá un día le repugnaría por las mismas razones. Como callara sin tener nada que agregar, me tomó sonriente del brazo y declaró que quería casarse conmigo. Respondí que lo haríamos cuando quisiera. Le hablé entonces de la proposición del patrón, y María me dijo que le gustaría conocer París. Le dije que había vivido allí en otro tiempo y me preguntó cómo era. Le dije: «Es sucio. Hay palomas y patios oscuros. La gente tiene la piel blanca.»

Luego caminamos y cruzamos la ciudad por las calles importantes. Las mujeres estaban hermosas y pregunté a María si lo notaba. Me dijo que sí y que me comprendía. Luego no hablamos más. Quería sin embargo que se quedara conmigo y le dije que podíamos cenar juntos en el restaurante de Celeste. A ella le agradaba mucho, pero tenía que hacer. Estábamos cerca de mi casa y le dije adiós. Me miró: «¿No quieres saber qué tengo que hacer?» Quería de veras saberlo, pero no había pensado en ello, y era lo que parecía reprocharme. Se echó a reír ante mi aspecto cohibido y se acercó con todo el cuerpo para ofrecerme la boca. Cené en el restaurante de Celeste. Había comenzado a comer cuando entró una extraña mujercita que me preguntó si podía sentarse a mi mesa. Naturalmente que podía. Tenía ademanes bruscos y ojos brillantes en una pequeña cara de manzana. Se quitó la chaqueta, se sentó y consultó febrilmente la lista. Llamó a Celeste y pidió inmediatamente todos los platos con voz a la vez precisa y precipitada. Mientras esperaba los entremeses, abrió el bolso, sacó un cuadradito de papel y un lápiz, calculó de antemano la cuenta, luego extrajo de un bolsillo la suma exacta, aumentada con la propina, y la puso delante de sí. En ese momento le trajeron los entremeses, que devoró a toda velocidad. Mientras esperaba el plato siguiente sacó además del bolso un lápiz azul y una revista que publicaba los programas radiofónicos de la semana. Con mucho cuidado señaló una por una casi todas las audiciones. Como la revista tenía una docena de páginas continuó minuciosamente este trabajo durante toda la comida. Yo había terminado ya y ella seguía señalando con la misma aplicación. Luego se levantó, se volvió a poner la chaqueta con los mismos movimientos precisos de autómata y se marchó. Como no tenía nada que hacer, salí también y la seguí un momento. Se había colocado en el cordón de la acera y con rapidez y seguridad increíbles seguía su camino sin desviarse ni volverse. Acabé por perderla de vista y volver sobre mis pasos. Me pareció una mujer extraña, pero la olvidé bastante pronto.


En el azar confío

—Querida, ¿dónde vas?

—A caminar un rato. Me duele la cabeza —contestó María.

—Esperame que busque un abrigo y te acompaño.

—No, no, dejá, quedate leyendo que afuera hace frío —María retrucó con rapidez, inquieta de que él insistiera, que él pretendiera, que él...

—Es que también me vendría bien tomar un poco de aire. Vamos, salgamos los dos de tanto encierro —afirmó Pedro, con energía.

A ella no le quedó más que pintarse una sonrisa en la cara y asentir. En silencio, maldijo el diario que su marido leía, por no traer noticias de interés. Al fútbol, suspendido justo este domingo. Al pueblucho de merde, donde cada habitante mayor de cinco años parece ser un agente de los Servicios de Inteligencia, y los menores de cinco, aprendices de espías de los otros.

En fin, María, contumaz traidora a los votos matrimoniales, feliz poseedora de un amante clandestino que le traía brisas de sofisticación a su vida — y ventarrones de pasión a sus gónadas—, se resignó a lo inevitable. Parecían ya destrozados los cuidadosos planes, detallados en susurros dos tardes atrás, cuando coincidieron en la misma góndola del supermercado, entre latas de salsa pomarola y mayonesas sin huevo.

—¡Brr! Sí que hace frío, parece que esta vez el invierno vino para quedarse.

—¿De verdad querés acompañarme? Mirá que tu garganta...., luego te engripás y ya sabés que las inyecciones no te gustan, y luego me toca a mí lidiar con tu mal humor.

Para cuando alcanzaron la plaza, estaban discutiendo casi a los gritos. No importaba de qué hablara Pedro, ella respondía con cuchillos en las palabras y ametralladoras en la voz. Cuando llegaron a aquello de “y te olvidaste de mi cumpleaños, el de hace tres años atrás”, él renunció a esperar lógica o razón y con un gruñido que sonó a:

—¿Es que te vino el período, mujer?—, dio media vuelta y volvió a la casita con paso rápido.

María suspiró, aliviada. Había logrado sacárselo de encima. Por suerte no tuvo que emplearse a fondo, mencionando, por ejemplo, aquellas vacaciones que terminaron abruptamente cuando él perdió en el Casino el dinero para el hotel.

Tomó la siguiente calle a la de la plaza, bendita calle, tan llena de árboles que las farolas no logran traspasar las sombras. A esa hora y con tal frío, ni un alma. A veinte metros, el auto de Joaquín esperaba, inmóvil, oscuro, motor encendido, luces de posición. Subió apresuradamente mientras le decía: “Mi amor, no sabés qué me pasó...”

¡Ah!

El conductor no era Joaquín. Más bien, se trataba de una conductora. La esposa de Joaquín, para ser más precisos.

La historia se contó durante semanas en todo el pueblo. Algunos afirmaban que Pedro, enterado de la infidelidad de su esposa, le envió un anónimo a su comadre cornuda. También se dijo que el tipo extraño que se vio rondando por el bar, era un investigador privado contratado por la esposa de Joaquín. Ambas parejas terminaron en separación legal. María, parece que avergonzada por las sonrisas socarronas que la seguían a todas partes, un buen día tomó el tren a la Capital y no regresó. Pedro, luego de digerir sus propios cuernos (tarea difícil que le exigió litros de jugo gástrico) se enredó con la cajera del supermercado, por la cual se informó de varios detalles sabrosos sobre su ex-mujer. Joaquín intentó varias veces reconciliarse con su esposa, pero ésta le tiró todas sus ropas por la ventana, un día de lluvia y al barro de la calle. Como si fuera poco, la ultrajada consiguió una excelente renta de por vida y dos propiedades bien valuadas, juicio de divorcio mediante.

Pero muy pocos supieron la causa real del fatídico encuentro.

El encuentro en el automóvil fue obra del más exquisito azar. La esposa de Joaquín se llevó el auto sin que Pedro lo supiera, y sin saber ella que en ese día y hora, era vehículo de citas clandestinas. Estacionó en la calle maldita, sólo porque se le había desprendido el broche del sostén, y quiso aprovechar la oscuridad para recomponer sus ropas íntimas.

Y sólo dos personas supieron de qué hablaron ambas, en el asiento delantero del auto. Y en otras conversaciones, mantenidas primero, como mujeres que habían compartido un hombre, una con verguenza, la otra con furia. Luego, entre dos mujeres que en la verguenza y en la furia encontraron códigos en común. Por último, por dos mujeres que se sorprendieron al encontrar más atractiva la lencería femenina que la masculina.

Sus amigos de Capital nunca entendieron por qué, en la sofisticada sala del departamento —obtenido en el juicio de divorcio—, luce la portezuela de un automóvil, pintada de suaves amarillos y rosas, y con la siguiente leyenda bajo la ventanilla:

En el azar confío”

29/9/07

Soy un caso perdido

Mario Benedetti

Por fin un crítico sagaz reveló
(ya sabía yo que iban a descubrirlo)
que en mis cuentos soy parcial
y tangencialmente me exhorta
a que asuma la neutralidad
como cualquier intelectual que se respete

creo que tiene razón
soy parcial
de esto no cabe duda
más aún yo diría que un parcial irrescatable
caso perdido en fin
ya que por más esfuerzos que haga
nunca podré llegar a ser neutral

en varios países de este continente
especialistas destacados
han hecho lo posible y lo imposible
por curarme de la parcialidad
por ejemplo en la biblioteca nacional de mi país
ordenaron el expurgo parcial
de mis libros parciales
en argentina me dieron cuarenta y ocho horas
(y si no me mataban) para que me fuera
con mi parcialidad a cuestas
por último en perú incomunicaron mi parcialidad
y a mi me deportaron

de haber sido neutral
no habria necesitado
esas terapias intensivas
pero qué voy a hacerle
soy parcial
incurablemente parcial
y aunque pueda sonar un poco extraño
totalmente
parcial

ya sé
eso significa que no podré aspirar
a tantísimos honores y reputaciones
y preces y dignidades
que el mundo reserva para los intelectuales
que se respeten
es decir para los neutrales
con un agravante
como cada vez hay menos neutrales
las distinciones se reparten
entre poquísimos

después de todo y a partir
de mis confesadas limitaciones
debo reconocer que a esos pocos neutrales
les tengo cierta admiración
o mejor les reservo cierto asombro
ya que en realidad se precisa un temple de acero
para mantenerse neutral ante episodios como
girón
tlatelolco
trelew
pando
la moneda

es claro que uno
y quizá sea esto lo que quería decirme el crítico
podría ser parcial en la vida privada
y neutral en las bellas letras
digamos indignarse contra pinochet
durante el insomnio
y escribir cuentos diurnos
sobre la atlántida

no es mala idea
y claro
tiene la ventaja
de que por un lado
uno tiene conflictos de conciencia
y eso siempre representa
un buen nutrimeto para el arte
y por otro no deja flancos para que lo vapulee
la prensa burguesa y/o neutral

no es mala idea
pero
ya me veo descubriendo o imaginando
en el continente sumergido
la existencia de oprimidos y opresores
parciales y neutrales
torturados y verdugos
o sea la misma pelotera
cuba sí yanquis no
de los continentes no sumergidos

de manera que
como parece que no tengo remedio
y estoy definitivamente perdido
para la fructuosa neutralidad
lo más probable es que siga escribiendo
cuentos no neutrales
y poemas y ensayos y canciones y novelas
no neutrales
pero advierto que será así
aunque no traten de torturas y cárceles
u otros tópicos que al parecer
resultan insoportables a los neutros

será así aunque traten de mariposas y nubes
y duendes y pescaditos


COTIDIANAS (1979)

http://www.cervantesvirtual.com/index.jsp

Instrucciones para llorar

Julio Cortázar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.


!Ah!

No sois amigos y nunca lo sereis. Seguireis enamorados hasta que ese amor os mate. Luchareis, os amareis, y os odiareis hasta que os den ganas de morir, pero nunca sereis amigos. El amor no está aquí, niños, está aquí en la sangre que grita en vuestro interior por lo que quiere.

Yo amaré a una zorra, pero al menos soy lo bastante hombre para admitirlo.

(Spike, 3ª temporada, "El paseo de los amantes")

......................................

Anya: Esto no es una relación de verdad. Tú no me necesitas. Lo único que obtienes de mí son muchos orgasmos.

Xander: Anya, ¿qué te dije de las conversaciones privadas? ¿Y de no hablar de ellas delante de mis amigos?

Spike: Oh, no somos tus amigos, ¡adelante!

Giles: No, por favor.

(4º Temporada)

...........................................

¿Qué pasa?¿Es que ahora todo el mundo tiene alma? Yo empecé con esto, antes de que se pusiese de moda.

(Angel, 7ª temporada)

................................

28/9/07

Curiosidades de madrugada

A veces, de madrugada, te caes en una hora imprecisa y única. No porque a esa hora te ilumines con las ideas que más te sorprendan, ni porque a esa hora recuerdes (otra vez y espantado) que eres mortal y el corazón te late casi en taquicardia, ni porque sea la hora en la cual uno despierta preguntándose si cerró con llave la puerta. Tampoco porque sea el momento de prometerse a uno mismo que mañana, ¡ah!, mañana uno sí tomará la vida en serio y la vivirá sin amarguras estúpidas. Tampoco me refiero a la hora mágica en que miras, como si fuera la primera vez (o aunque sea la primera vez) a quien duerme a tu lado, y respiras con ternura y te extiendes con leve cansancio. Por cierto, no es la hora (todas las horas) en las que escuchas, intranquilo, la respiración febril del niño.

No, esta hora es mucho más prosaica: tienes sueño pero no tanto, nada trascendental pasa por tu cabeza, pero miras el reloj, sabes que sonará indefectiblemente poco después, quieres dormir, dormir ya y apurado, pero no hay caso, no padeces de insomnio, no, pero esta noche... ¡Ah!, esta noche quedas atrapado entre una mente en vigilia y la desesperada necesidad de dormir porque mañana, ya sabes, te espera un día...

Esa es la hora en la que estoy, aquí y ahora. Y llueve. Y la invasión de desubicados mosquitos que nos asolaron durante diez días ha sufrido igual destino que otros ejércitos: la derrota por el frío.

Ya sin esperanzas, preparo unos mates. Mientras, aprovecho para hacerme las preguntas que nunca tengo tiempo de preguntarme.

Por ejemplo:¿y qué hago yo con un blog? Porque, ¡vaya!

Vaya...

12/9/07

“No habrá más penas ni olvido”, Argentina



“Mi Buenos Aires querido” es uno de los tangos más conocidos (y significativos) del repertorio de Carlos Gardel.

De este tango, el escritor argentino Osvaldo Soriano extrajo el título para una de sus novelas, luego llevada al cine por Héctor Olivera.


Mi Buenos Aires querido

Letra: Alfredo Lepera/ Música: Carlos Gardel /Año: 1934

Mi Buenos Aires querido,
cuando yo te vuelva a ver
no habrá más penas ni olvidos.
El farolito de la calle en que nací
fue centinela de mis promesas de amor;
bajo su quieta lucecita yo la ví
a mi pebeta luminosa como un sol.
Hoy, que la suerte quiere que te vuelva a ver,
ciudad porteña de mi único querer,
y oigo la queja de un bandoneón,
dentro del pecho pide rienda el corazón.

Mi Buenos Aires,
tierra querida,
donde mi vida terminaré
bajo tu amparo.
no hay desengaños,
vuelan los años,
se olvida el dolor...
En caravana
los recuerdos pasan
con una estela
dulce emoción.
Quiero que sepas
que al evocarte
se van las penas
del corazón.

La ventanita de mi calle de arrabal,
donde sonríe una muchachita en flor,
quiero de nuevo yo volver a contemplar
aquellos ojos que acarician al mirar.
En la cortada más maleva una canción
dice su ruego de coraje y de pasión.
Una promesa y un suspirar
borró una lágrima de pena aquel cantar.

Mi Buenos Aires querido,
cuando yo te vuelva a ver
no habrá más penas ni olvido.

http://www.elportaldeltango.com/indice/mibuen.htm

http://www.youtube.com/watch?v=Aa_N71VXQnM (Carlos Gardel)




No habrá más penas ni olvidos


La novela “ No habrá más penas ni olvidos” fue escrita en 1974; pero no eran épocas para su publicación y Soriano ya caminaba al exilio. Pasaron varios años hasta que vio a la luz, y no en el país cuyas turbulencias quedarían inscriptas en el imaginario pueblo de Colonia Vela.

Fragmento 1:

—Tenés infiltrados —dijo el comisario.
—¿Infiltrados? Acá sólo trabaja Mateo, y hace veinticuatro años que está en la delegación.
—Está infiltrado. Te digo, Ignacio, echalo porque va a haber lío.
—¿Quién va a hacer lío? Yo soy el delegado y vos me conocés bien. ¿Quién va a joder?
—El normalizador
—¿Quién?
—Suprino. Volvió de Tandil y trae la orden.
—Suprino es amigo, qué joder. Hace un mes le vendí la camioneta y todavía me debe
plata.
—Viene a normalizar.
—Normalizar qué. Estás leyendo muchos diarios, vos.
—El Mateo es marxista comunista.
—¿Quién te metió eso en la cabeza? Mateo fue a la escuela con nosotros.
—Se torció.
—Pero si lo único que hace es cobrar los impuestos y arreglar los papeles de la oficina.
—Yo te aviso, Ignacio, echalo.
—Cómo lo voy a echar, gordo. Se me va a venir el pueblo encima.
—¿Y para qué estoy yo?
—¿Para qué estás?
—Para cuidar el orden en el pueblo.
—Vamos, gordo, vos estás jodiendo. Andá a la mierda.
—Te digo en serio. Suprino está en el bar. Te va a ir a ver, te va a aconsejar.
—Que me pague lo que me debe antes. Si no, te lo voy a denunciar.

Fragmento 2:

—¡Che, Moyanito, vení!
El placero soltó la manguera y caminó apurado.
—Diga, don Ignacio.
—Decime, ¿qué te parece si los meto presos a Guzmán y a Suprino?
—¿Qué hicieron, don Ignacio?
—Se han sublevado.
—¿Qué es eso?
—Me quieren echar.
—¡A usted!
—Sí. A mí y a Mateo.
—¡Pero don Mateo de qué va a vivir! ¡Tiene la señora enferma y la hija estudia en Tandil!
—Nos quieren echar.
—¿Por qué, don Ignacio?
—Dicen que no soy peronista.
—¿Que no es peronista? —el placero se rió—; yo lo vi a usted a las piñas acá con Guzmán por defenderlo a Perón.
—Los meto presos.
El viejo placero se quedó pensando.
—¿Y qué dice el comisario?

Fragmento 3:

Ahora estaba parado allí, cubierto de luz. Se dobló para levantar el cigarrillo y le costó llegar con la mano al suelo. Por un instante la atención de los tres hombres se fijó en él. Peláez, al agacharse, había descubierto el cuerpo de Moyano, tapado con diarios. Se acercó, y levantó uno y le miró la cara. Otra vez rompió a llorar. Se puso de rodillas, abrazó el cadáver y lo estrechó contra su cuerpo. Ignacio vio que el clavel se aplastaba sobre la nariz del placero.

http://www.esnips.com//web/OsvaldoSoriano/?widget=html_box


Osvaldo Soriano habla sobre Cortázar
http://www.buenosairessos.com/articulo-106.html


Osvaldo Soriano
http://www.audiovideotecaba.gov.ar/areas/com_social/audiovideoteca/literatura/soriano_bio2_es.php

11/9/07

Di sílabas extrañas (El Salvador)

Roque Dalton García (1933 - 1975), militante de la literatura y también de su gente, ha dejado páginas memorables, como:


Alta hora de la noche


Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendrá la muerte y el reposo.

Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
desde la oscura tierra vendría por tu voz.

No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre,
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.



10/9/07

Por eso vine a Comala, México

¿Qué puede decirse sobre Juan Rulfo que no se haya dicho ya?


Y nada que pueda decirse sobre “Pedro Páramo” es comparable a su lectura.


Pedro Páramo


Fragmento 1

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dará gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas. Todavía antes me había dicho:

-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.

-Así lo haré, madre.

Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.


Fragmento 2

-Mejor no hubieras salido de tu tierra. ¿Qué viniste a hacer aquí?

-Ya te lo dije en un principio. Vine a buscar a Pedro Páramo, que según parece fue mi padre. Me trajo la ilusión.

-¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido. Pagué con eso la deuda de encontrar a mi hijo, que no fue, por decirlo así, sino una ilusión más; porque nunca tuve ningún hijo. Ahora que estoy muerta me he dado tiempo para pensar y enterarme de todo. Ni siquiera el nido para guardarlo me dio Dios. Sólo esa vida arrastrada que tuve, llevando de aquí para allá mis ojos tristes que siempre mirando de reojo como buscando detrás de la gente, sospechando que alguien me hubiera escondido a mi niño. Y todo fue culpa de un maldito sueño. He tenido dos: a uno de ellos lo llamo el "bendito" y al otro el "maldito". El primero fue el que me hizo soñar que había tenido un hijo. Y mientras viví, nunca dejé de creer que fuera cierto; porque lo sentí entre mis brazos, tiernito, lleno de boca y de ojos y de manos; durante mucho tiempo conservé en mis dedos la impresión de sus ojos dormidos y el palpitar de su corazón. ¿Cómo no iba a pensar que aquello fuera verdad? Lo llevaba conmigo a dondequiera que iba, envuelto en mi rebozo, y de pronto lo perdí. En el cielo me dijeron que se habían equivocado conmigo. Que me habían dado un corazón de madre, pero un seno de una cualquiera. Ése fue el otro sueño que tuve. Llegué al cielo y me asomé a ver si entre los ángeles reconocía la cara de mi hijo. Y nada. Todas las caras eran iguales, hechas con el mismo molde. Entonces pregunté. Uno de aquellos santos se me acercó y, sin decirme nada, hundió una de sus manos en mi estómago como si la hubiera hundido en un montón de cera. Al sacarla me enseñó algo así como una cáscara de nuez: "Esto prueba lo que te demuestra".

"Tú sabes cómo hablan raro allá arriba; pero se les entiende. Les quise decir que aquello era sólo mi estómago engarruñado por las hambres y por el poco comer; pero otro de aquellos santos me empujó por los hombros y me enseñó la puerta de salida: 'Ve a descansar un poco más a la tierra, hija, y procura ser buena para que tu purgatorio sea menos largo.´ "Ése fue el sueño 'maldito' que tuve y del cual saqué la aclaración de que nunca había tenido ningún hijo. Lo supe ya muy tarde, cuando el cuerpo se me había achaparrado, cuando el espinazo se me saltó por encima de la cabeza, cuando ya no podía caminar. Y de remate, el pueblo se fue quedando solo; todos largaron camino para otros rumbos y con ellos se fue también la caridad de la que yo vivía. Me senté a esperar la muerte. Después de que te encontramos a ti, se resolvieron mis huesos a quedarse quietos. 'Nadie me hará caso', pensé. Soy algo que no le estorba a nadie.

http://www.sololiteratura.com/rul/rulobras.htm

http://www.clubcultura.com/clubliteratura/clubescritores/juanrulfo/home.htm